sábado, 13 de enero de 2024

LA SOLUCIÓN ES POLITICA. PERO NO CON ESTA CLASE POLÍTICA.




INTRODUCCIÓN.

En el siguiente texto se hace una mínima referencia a la clase política[1] entendida como clase perfectamente delimitada; la necesidad de que un gestor cultural reconozca y discuta los asuntos públicos, generando reflexión y no distracción; desnaturalice lo natural para poner en evidencia la dominación y a si llamar de una vez por todas a la resistencia, a la rebelión.

 

“Imagínese un obrero que hace 20 años que está casada con la misma mujer. Su matrimonio y sus costumbres están dominados por la rutina. Hasta que un día abre su armario en la fabrica y encuentra una nota que le dice que la esposa lo engaña. Esa noche, cuando vuelva a su casa, ya nada va a ser igual. Si su mujer le ha cocinado el plato que le gusta, pensara que lo hizo por culpa; si no, confirmara que él ha dejado de importarle. Agitar es desrutinizar, es hacer que lo normalizado deje de serlo para abrirle paso a nuevas ideas, a nuevas formas de mirar la realidad”. (Fragmento sacado de un texto de José Nun).

 

A PROPÓSITO DE LA CLASE POLÍTICA.

Se hace menester des culturalizar la Democracia como ese sistema que tiende únicamente a identificarse como el acto ritualistico del voto. En la clasificación denominada “Democracia maximalista”, la misma incluye un fuerte sentido de inclusión y deliberación, al tiempo de un amplio acceso a la información pública.

Si tomamos a Vich, la palabra inclusión no cabría, ya que en su forma de entender la cultura nadie quedaría afuera. A mi entender, su representación del cosmos social es como una rueda donde lo llamado “identidad” es aquello que ocupa el mayor espacio, y por ende tiende a “dominar” a aquello que ocupa el menor espacio. Esto último es lo llamado por él, inter culturalidad (Vich. V. 2014).

Asimismo, veo que aquello, (la identidad) no es un sustantivo sino un verbo, en el sentido mismo de un proceso de transformación social. Entonces, la representación de la rueda no es estática sino en movimiento, donde el color, (o los colores), que ocupan el menor espacio buscan ocupar el mayor, para pasar así de la inter culturalidad a la identidad. En definitiva, todo se define en un juego de poder donde la igualdad puede ser ampliamente discutida, y la idea de des culturalizar un camino sin ningún final (Vich. V. 2014).

Pareto plantea, mencionado por Arturo Pellet Lastra, que es imposible concebir una sociedad sin clases, en tanto lo real es que los individuos no son iguales y a la vez las clases sociales no son enteramente distintas. Su diferencia radicaría en las capacidades y la oportunidad de usarlas; clasificando así a grupos de elite, y no elite -masa- (Lastra. A. 2003).

Volviendo a la rueda, pienso, que el giro se debe desarrollar sobre la base de un suelo ríspido. Un suelo ríspido sería una cultura del conflicto, pero que por ello no deja de rodar sobre un mismo piso; hago alusión con esto, a un acuerdo mínimo (y relativamente duradero), como sería el decir: “somos del mismo mundo, venimos y vamos al mismo mundo”[2]. Si en la sociedad actual la pesadumbre pasa por las diferencias, habría que poner el ojo en las semejanzas e incorporarlos en nuestras narrativas.

Con respecto a los colores de la rueda, la ocupación del espacio no pasa a ser física sino ideológica. No tiene que ver con amplitud sino con intensidad. Paradojalmente, siendo la Democracia un poder situado en el pueblo en sentido amplio, con la posibilidad de que la mayoría gobierne, vemos al poder (también en sentido amplio) repartirse en pocas manos.

La clase política como clase, fue ampliamente discutida por teóricos[3] de las ciencias sociales. Afirmamos así, que en la historia nunca existió el gobierno de las mayorías tal como pretendía Rousseau (Montesquieu se acerca más a lo sucedido, porque piensa un remedio institucional para ello) sino una minoría perfectamente determinable y organizada ejerciendo el poder, procurando que la voluntad de los que están afuera de él -los más- se inclinen hacia los designios de los que están adentro -los menos- (Lastra. A. 2003). Vox dei Vox Populi expresada por un líder. Su dominación se oculta a través del recurso dominativo ideológico, en el sentido mencionado por Guillermo O Donnell en “Apuntes para una teoría del estado”.

Si reducimos la democracia al sufragio, corremos el riesgo (en el que ya estamos) que se diga muy livianamente “espera y vota”. En tiempos actuales donde la creación de sentidos es fuerte, y donde se pone en crisis hasta la mismísima autonomía individual, también aquel acto parece flaquear. De hecho, puede pasar, que la misma Democracia desaparezca por medio de la votación a un villano; y luego… no nos quede nada (Steven. L & Daniel. Z. 2018).

MELODÍA PARA UN GESTOR CULTURAL.

Desde la gestión cultural se puede actuar de dos formas, que podríamos decir, salen de la misma puerta.

Una, es articulando lo que ya está, lo que se tiene a mano, a la vista. Es esto decir -bueno a ver que hay y lo hacemos, lo resolvemos. Ser un práctico, y en el pragmatismo transformar.

La otra forma de hacerlo es desde la disconformidad. Decir- no me gusta lo que hay, quiero más; y en esa búsqueda a algo nuevo, transformar.

Si bien es cierto que un gestor “cultural” es un polifacético, siempre actúa (o debería actuar) desde un enfoque social. Buscar comprender su derredor, mirar hacia los lados (ser de izquierda[4]), y criticar el discurso político. Ser un actor social, en tanto la cultura es regulador de las formas en que se practican las relaciones sociales (Vich. V. 2014); y por ende un alterador del espacio, siéndole impedido la duplicación de lo que ya fue dado. Debería negociar nuevas formas de reproducción y de esa manera construir relaciones de poder distintas. Su función se centra en ser un activador de derechos (resignificar) desde un enfoque de igualdad en el acceso a ellos (Andrade, M. 2021). No puede pasar de largo ese cometido, y su atención no puede caer en la imprudencia de no reconocer situaciones de discriminación. Al final, su deber pasa por remover obstáculos en sus diferentes ámbitos de acción. Sino lo hace, sería un gestor, pero no un gestor cultural.

Se promueve, desde este enfoque, alejar a la cultura de los debates estrictamente culturalistas -especializados-, para pasar a abrir el abanico y articular tanto cultura como democracia y ciudadanía, y lograr así de esta forma que la política cultural sea un dispositivo central para aquella transformación social (Vich. V. 2014).

DES CULTURALIZAR ES DES NATURALIZAR.

La modernidad se constituye en paralelo a la conquista de América. El colonialismo se forja así desde la explotación y apropiación de los recursos naturales del continente, en tanto se relega al mínimo las culturas locales (la cosmovisión) dando paso a un eurocentrismo que se presenta como el conocimiento verdadero, válido y por ende hegemónico.

La fuerza (física) utilizada en aquel tiempo fue reemplazada en los albores de la configuración de los Estados Nacionales (Latinoamericanos) por la imposición de un orden natural de las cosas. La determinación de lo natural es obtenida por medio de un filtro denominado razonabilidad [5]; pasando así de la barbarie a la civilización; de la locura a la razón; de la ley natural a la ley positiva. La síntesis de los pensadores contractualistas desde el siglo XV quedó reflejada en la Revolución Francesa con la instauración de principios universales como la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Aquí es importante señalar la redacción por parte de Olympia de Gouges de la declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana en el año 1791, parafraseando la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano dos años atrás, como un acto de rebeldía que buscó mostrar la comparación entre la dominación colonial y la dominación patriarcal, estableciendo de este modo analogías entre mujeres y esclavos (Viveros. V 2016). La razón como filtro es utilizada para la conversión de un nuevo esquema de poder; del monarca a la burguesía. Del uno, a los pocos.

Es así que la libertad y la igualdad como principios universales desde su origen se ven truncados; el contrato social pasa a ser un contrato sexual; la razón como medio de determinación de lo natural es sesgada; y el conocimiento no es poder, sino que el poder termina por establecer que es conocimiento. La verificación de ello es simple y se ve reflejada en la distribución de los derechos políticos (conceptualización de la ciudadanía).

En Inglaterra, hasta bien entrado el siglo XIX el sufragio se restringía únicamente a los propietarios de la tierra; recién para el año 1918 se reconoce el derecho al sufragio de todos los “hombres”, al mismo tiempo que se concede el acceso al mismo a las “mujeres”. En los EE. UU., los hombres negros y mujeres negras recién acceden a ese derecho político en el año 1965 (Marshall. T. H.). De esta forma se funda una clasificación del mundo según la propiedad, la raza y el sexo, como piedra angular de un patrón de poder que opera en diferentes planos y dimensiones de la existencia cotidiana, excediendo, claro está, el ámbito de los derechos políticos.

Hoy la discusión, en términos generales, ya no pasaría por la distribución de los derechos políticos, sino por su contenido, vacío por la casi nula incorporación o complementación de derechos económicos, y hasta civiles desde un lugar de libertad positiva.

La desigualdad económica es causa de la desigualdad social y esta, de la desigualdad política. A estas alturas (volviendo a lo mismo) elegir cada tanto (una persona un voto) ya no alcanza pasando a ser solo una forma más de legitimación de la opresión. Los ganadores siempre son los mismos y tienen la excusa perfecta para decir a: “a mí me votaron, ahora me cuelgo la medalla”. Utilizan la democracia a su conveniencia, con una mirada muy corta de los derechos humanos, compeliendo así a los hombres a rebelarse contra la tiranía y la opresión (DUDH. Prologo).

La solución siempre es política, pero “no” con esta clase política que se sostiene sobre una desigualdad económica, a estas alturas inaceptable desde cualquier lugar ético.



[1] La clase política busca aquí ser referenciada de modo amplio. Tiende a señalar a cierta elite política (independientemente expresen amar u odiar al pueblo, en tanto que la importancia radica en conductas), elite judicial y económica, cuya característica principal es la de permanecer en el tiempo.    

[2] Para los juristas, ese acuerdo común es la constitución nacional.

[3] Mosca, Pareto, Michels, etc.

[4] Una izquierda representada en Argentina por figuras como Leandro N. Alem y Alfredo Palacios.

[5] ¿Qué es la razón? Lo empírico; aquello que puede ser sometido a prueba a través del método científico.


 

BIBLIOGRAFIA.

LASTRA, Arturo Pellet (2003). “Teoría del estado”. Abeledo Perrot.

MARSHALL, Thomas Humphrey. “Ciudadanía y clase social”.

PAÍS ANDRADE, Marcela (2021). “La gestión cultural en y desde una mirada interseccional”.

QUIJANO, Aníbal (2007). “Colonialidad del poder y clasificación social”.

STEVEN Levitsky & DANIEL Ziblatt, 2018. “Como mueren las democracias”. www.lectulandia.com

VICH, V. (2014). Introducción y Capítulo 4. “Des culturizar la Cultura”.

VIVEROS VIGOYA, Mara (2016). “La interseccionalidad”.

Articulos.