jueves, 31 de enero de 2019

Tecnologias, fetiche y espectaculo

Por Maximiliano Dominguez.
 
         En los últimos años un estudio novedoso sobre las implicancias que tienen las aplicaciones móviles y las redes sociales en nuestra vida social y personal ha reflotado nuevamente una pregunta por la cosa o más bien dicho por el objeto ¿qué es el objeto?, ¿cómo es el objeto?, ¿para qué nos sirve el objeto?, ¿hasta cuándo dura el objeto? y ¿cómo nos invade el objeto?.

En el caso social, aunque parezca paradójico, el acceso a la conexión se convierte en una práctica solitaria y a la vez superficial. La comunicación en estos estratos no se complementa del todo y la conexión no es más que una línea directa intraespacial entre un objeto y otro, donde el artefacto toma el primer plano de la película diaria. Por otro lado, cabe remarcar que dicho estudio hace hincapié en cómo invaden al sujeto las nuevas formas tecnológicas. La propuesta resume que, al nivel metabólico, el hombre contiene un neurotransmisor en el cerebro llamado dopamina que se activa a través de una sustancia llamada fenitelamina, la cual es la encargada de favorecer a los procesos relacionados con el placer y con el enamoramiento. Según este estudio, el neurotransmisor se activa de manera instantánea a través del uso de las plataformas tecnológicas-informáticas que tenemos a nuestro alcance en nuestros días, a saber: Facebook, Twiter, juegos online, Whatsapp, etc. La activación es tal que los limites sobrepasan todo los niveles, inclusive se habla de enfermedades relacionadas con la adicción a los teléfonos y aparatos tecnológicos, por ejemplo: la nomophobia, que es un trastorno psicológico a través de la dependencia absoluta de los aparatos tecnológicos.
     
            Ahora bien, si dicho estudio abre nuevamente la consigna por el objeto, tenemos que preguntarnos cuál es el origen de dicho objeto. Sin duda que el origen del mismo es su creación. Dicha creación no es más que la fusión de herramientas, ingenio y técnica de los hombres. El producto como origen es la esencia. El producto en movimiento es el objeto en acción. La finalidad del producto es el consumo. Si entendemos que preguntarnos por el objeto es preguntarnos por los productos, como objetos producidos, tenemos que preguntarnos cómo un producto se convierte invasivo y sobrepasa todos los niveles hasta llegar a someternos, como es el caso de los productos tecnológicos, tanto en su nivel tangible (hardware) como en su nivel imperceptible (software). Sin duda porque ha entrado en la lógica del mercado. Y el producto dentro de ella se convierte en necesario indispensable. El producto dentro del mercado toma autonomía, se encanta, adquiere animismo fetichista tal como lo reconoce Marx. Por lo tanto al ser fetiche se hace indispensable para el consumo. Ahora bien, los productos tecnológicos, como vimos en el caso, trascienden fronteras en aspectos de alienación. Por un lado someten a una alienación social a través de su uso y por otro a una alienación psicológica por su sometimiento. Estos productos realzan y amplían el campo de valor de uso, ya que el soporte de los productos tecnológicos tiene un uso tangible como los productos en sí mismo y un soporte digital o inmaterial como es el acceso online. El uso esos productos y el uso de acceso son el éxtasis del sistema capitalista.
 

Por lo que vemos, el sistema capitalista, a través de la tecnología, ha construido castillos comunicantes y nos ha cedido las llaves online para utilizarlos. La revolución tecnológica fue avasallante y La Primera Internacional en Silicon Valley nunca se fulminó. Los atractivos de un mundo con acceso fueron principios indispensables que hoy en día tienen su rumbo en perfecto estado. Si pensamos en la propuesta más reconocida de Marx que decía que no hay que interpretar el mundo si no más bien transformarlo, el sistema capitalista con su revolución tecnológica lo ha tomado literal, ha trasformado el mundo, lo ha subsumido a su gen-tecnológico, ha coaptado en todo nivel al mundo, inclusive llevó a cabo el campo de inclusión tecnológica. Billy Gate reconocía que su sueño más anhelado era ver una computadora en cada casa del mundo para más tardar en el 2020. Sin duda que su sueño quedó más que cumplido.
  
           Podemos comprender entonces que el capitalismo se ha metido hasta los huesos con la tecnología. El poder de encantamiento, de hechizo, fechizo y enamoramiento es el fundamento de los productos tecnológicos, es la creación por excelencia del sistema capitalista. La racionalidad técnica se ha adjudicado la victoria, y el mundo de los espejos, de las luces, de las imágenes, de los colores puros y brillantes sobrevuelan nuestros días. Como nos aclara Debord el espectáculo nos ha traicionado y nos ha encantado. El espectáculo es el sometimiento más propicio, el placer es la visión segada, el ver la nada, el contemplar los azules, las tildes, la redireccionalidad de los mensajes. Sin duda no hay positividad, toda actitud del mundo se vuelve activa al momento, el devenir es pasado sepultado. Todo medio tecnológico es un espectáculo del mundo. El fenómeno es reflejo de degradación, la mirada está puesta en sí misma, el alboroto es sin risas y sin llantos. Juntarnos y organizarnos es una plataforma online, donde las muecas y las intromisiones son los segundos de espera del nuevo color azul que se impone como visto, como el nuevo episodio que se convierte, como la espera del mensaje encriptado. 

 El espectáculo de la tecnología lleva a nuevas simbiosis de lo pictórico y del signo. La imagen es fetiche en sí misma dice Aumont, la obsesión por observar es la única acción. La adoración de un objeto por su uso se hace inconsciente y se convierte en una religiosidad su contemplación. El consumidor de tecnologías se convierte en devoto y el disfraz de libertad en su uso es la clave aparente. Consumir el espectáculo del mundo tecnológico es sin duda la ilusión más perdida, no hay solución a lo irreal, sólo podemos abstraernos de su consecuencia con una conciencia activa, pero la activación es la contradicción misma. Si decimos activar estamos pensando en el movimiento de un número más.

El uso de las tecnologías se vuelve un punto fundante en nuestras vidas, el gasto se hace indispensable como una necesidad básica. No medimos en dinero el desgaste mental, lo medimos en memoria expandible. Los datos se hacen necesarios, un mundo de datos es el resultado de una realidad distante.

El uso y el intercambio de archivos a través de los dispositivos tecnológicos han alcanzado niveles interestelares, el tiempo infinito y el gasto infinito se configuran de una manera asombrosa. El sistema adquiere y moviliza dichos niveles de datos y reincorpora también niveles de ganancias inimaginables. La ecuación de rentabilidad capitalista que se basa en ventas (mercado) menos costos (trabajo) es igual a ganancia bruta, tiene un correlato con el uso del tiempo. Es decir, todo este proceso necesita un tiempo y desgaste determinado para poder realizarse, un tiempo determinado también comprende la ganancia absoluta. En el caso de las tecnologías la ecuación de rentabilidad queda subsumida solamente al constante uso. Como existe una infinidad de movimiento de datos en las nubes en tiempo real, también el nivel de ganancia por esos datos es infinito. El nivel de rentabilidad en los estratos tecnológicos posibilita una manera más sofisticada del un sistema capitalista avasallante.

Ahora bien, cómo podemos entender el síntoma que nos invade en esta época. ¿Podemos dar soluciones a dicho síntoma? Sin duda que soluciones exactas no existen, pero sí tomar caso y atravesarlo, dejar de captar de manera superficial y entender el trasfondo de dicho caso. Comprender que el sistema se integra y se regenera en las formas menos visibles y cotidianas es un paso necesario. Comprender y sacar a luz el síntoma es la búsqueda.

Que los objetos nos encanten que nos enamoren pero que no nos sometan es quizás alguna solución. Que el ejercicio de don Juan de los objetos no nos sobrepase. Ganar una batalla al síntoma es comprenderlo.

Si el sistema capitalista ha encontrado nuevas formas de alienación, como es el caso de las tecnologías que hoy en día nos invaden, no nos queda otra que buscar nuevas formas de combate, y el principio de todo combate es entender el síntoma.




1 comentario:

  1. Fragemento. Qué le está haciendo internet a nuestros cerebros? Nicholas Carr.

    "Me doy cuenta sobre todo cuando leo. Antes me era fácil sumergirme en un libro o en un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en la narración o en los giros de los argumentos y pasaba horas paseando por largos tramos de prosa. Ahora casi nunca es así. Ahora mi concentración casi siempre comienza a disiparse después de dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. La lectura profunda que me venía de modo natural se ha convertido en una lucha".

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