INTRODUCCIÓN.
En el siguiente texto se hace una
mínima referencia a la clase política[1] entendida como clase
perfectamente delimitada; la necesidad de que un gestor cultural reconozca y
discuta los asuntos públicos, generando reflexión y no distracción;
desnaturalice lo natural para poner en evidencia la dominación y a si llamar de
una vez por todas a la resistencia, a la rebelión.
“Imagínese
un obrero que hace 20 años que está casada con la misma mujer. Su matrimonio y
sus costumbres están dominados por la rutina. Hasta que un día abre su armario
en la fabrica y encuentra una nota que le dice que la esposa lo engaña. Esa
noche, cuando vuelva a su casa, ya nada va a ser igual. Si su mujer le ha
cocinado el plato que le gusta, pensara que lo hizo por culpa; si no,
confirmara que él ha dejado de importarle. Agitar es desrutinizar, es hacer que
lo normalizado deje de serlo para abrirle paso a nuevas ideas, a nuevas formas
de mirar la realidad”. (Fragmento
sacado de un texto de José Nun).
A
PROPÓSITO DE LA CLASE POLÍTICA.
Se hace menester des culturalizar la Democracia como ese sistema que tiende
únicamente a identificarse como el acto ritualistico del voto. En la
clasificación denominada “Democracia maximalista”, la misma incluye un fuerte
sentido de inclusión y deliberación, al tiempo de un amplio acceso a la
información pública.
Si tomamos a Vich, la palabra
inclusión no cabría, ya que en su forma de entender la cultura nadie quedaría
afuera. A mi entender, su representación del cosmos social es como una rueda donde lo llamado “identidad” es
aquello que ocupa el mayor espacio, y por ende tiende a “dominar” a aquello que
ocupa el menor espacio. Esto último es lo llamado por él, inter culturalidad (Vich. V. 2014).
Asimismo, veo que aquello, (la
identidad) no es un sustantivo sino un verbo, en el sentido mismo de un proceso
de transformación social. Entonces,
la representación de la rueda no es estática sino en movimiento, donde el
color, (o los colores), que ocupan el menor espacio buscan ocupar el mayor,
para pasar así de la inter culturalidad a la identidad. En definitiva, todo se
define en un juego de poder donde la
igualdad puede ser ampliamente discutida, y la idea de des culturalizar un camino sin ningún final (Vich. V. 2014).
Pareto plantea, mencionado por Arturo
Pellet Lastra, que es imposible concebir una sociedad sin clases, en tanto lo
real es que los individuos no son iguales y a la vez las clases sociales no son
enteramente distintas. Su diferencia radicaría en las capacidades y la
oportunidad de usarlas; clasificando así a grupos de elite, y no elite -masa- (Lastra.
A. 2003).
Volviendo a la rueda, pienso, que el
giro se debe desarrollar sobre la base de un suelo ríspido. Un suelo ríspido
sería una cultura del conflicto, pero que por ello no deja de rodar sobre un
mismo piso; hago alusión con esto, a un acuerdo mínimo (y relativamente
duradero), como sería el decir: “somos del mismo mundo, venimos y vamos al
mismo mundo”[2].
Si en la sociedad actual la pesadumbre pasa por las diferencias, habría que
poner el ojo en las semejanzas e incorporarlos en nuestras narrativas.
Con respecto a los colores de la
rueda, la ocupación del espacio no pasa a ser física sino ideológica. No tiene
que ver con amplitud sino con intensidad. Paradojalmente, siendo la Democracia
un poder situado en el pueblo en sentido amplio, con la posibilidad de que la
mayoría gobierne, vemos al poder (también en sentido amplio) repartirse en
pocas manos.
La clase política como clase, fue
ampliamente discutida por teóricos[3] de las ciencias sociales.
Afirmamos así, que en la historia nunca existió el gobierno de las mayorías tal
como pretendía Rousseau (Montesquieu se acerca más a lo sucedido, porque piensa
un remedio institucional para ello) sino una minoría perfectamente determinable
y organizada ejerciendo el poder, procurando que la voluntad de los que están
afuera de él -los más- se inclinen hacia los designios de los que están adentro
-los menos- (Lastra. A. 2003). Vox dei
Vox Populi expresada por un líder. Su dominación se oculta a través del recurso
dominativo ideológico, en el sentido mencionado por Guillermo O Donnell en “Apuntes para una teoría del estado”.
Si reducimos la democracia al
sufragio, corremos el riesgo (en el que ya estamos) que se diga muy
livianamente “espera y vota”. En tiempos actuales donde la creación de sentidos
es fuerte, y donde se pone en crisis hasta la mismísima autonomía individual, también
aquel acto parece flaquear. De hecho, puede pasar, que la misma Democracia
desaparezca por medio de la votación a un villano; y luego… no nos quede nada
(Steven. L & Daniel. Z. 2018).
MELODÍA
PARA UN GESTOR CULTURAL.
Desde la gestión cultural se puede
actuar de dos formas, que podríamos decir, salen de la misma puerta.
Una, es articulando lo que ya está,
lo que se tiene a mano, a la vista. Es esto decir -bueno a ver que hay y lo hacemos, lo resolvemos. Ser un práctico, y
en el pragmatismo transformar.
La otra forma de hacerlo es desde la
disconformidad. Decir- no me gusta lo que
hay, quiero más; y en esa búsqueda a algo nuevo, transformar.
Si bien es cierto que un gestor
“cultural” es un polifacético, siempre actúa (o debería actuar) desde un enfoque
social. Buscar comprender su derredor, mirar hacia los lados (ser de izquierda[4]), y criticar el discurso
político. Ser un actor social, en tanto la cultura es regulador de las formas
en que se practican las relaciones sociales (Vich. V. 2014); y por ende un
alterador del espacio, siéndole impedido la duplicación de lo que ya fue dado.
Debería negociar nuevas formas de reproducción y de esa manera construir
relaciones de poder distintas. Su función se centra en ser un activador de
derechos (resignificar) desde un
enfoque de igualdad en el acceso a ellos (Andrade, M. 2021). No puede pasar de
largo ese cometido, y su atención no puede caer en la imprudencia de no
reconocer situaciones de discriminación. Al final, su deber pasa por remover
obstáculos en sus diferentes ámbitos de acción. Sino lo hace, sería un gestor,
pero no un gestor cultural.
Se promueve, desde este enfoque,
alejar a la cultura de los debates estrictamente culturalistas
-especializados-, para pasar a abrir el abanico y articular tanto cultura como
democracia y ciudadanía, y lograr así de esta forma que la política cultural sea un dispositivo central para aquella
transformación social (Vich. V. 2014).
DES
CULTURALIZAR ES DES NATURALIZAR.
La modernidad se constituye en
paralelo a la conquista de América. El colonialismo se forja así desde la
explotación y apropiación de los recursos naturales del continente, en tanto se
relega al mínimo las culturas locales (la cosmovisión) dando paso a un eurocentrismo
que se presenta como el conocimiento verdadero, válido y por ende hegemónico.
La fuerza (física) utilizada en aquel
tiempo fue reemplazada en los albores de la configuración de los Estados
Nacionales (Latinoamericanos) por la imposición de un orden natural de las
cosas. La determinación de lo natural
es obtenida por medio de un filtro denominado razonabilidad [5]; pasando así de la barbarie a la civilización; de la locura
a la razón; de la ley natural a la ley positiva. La síntesis de los pensadores
contractualistas desde el siglo XV quedó reflejada en la Revolución Francesa
con la instauración de principios universales como la libertad, la igualdad y
la fraternidad.
Aquí es importante señalar la
redacción por parte de Olympia de Gouges de la declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana en el año
1791, parafraseando la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano dos
años atrás, como un acto de rebeldía que buscó mostrar la comparación entre la
dominación colonial y la dominación patriarcal, estableciendo de este modo
analogías entre mujeres y esclavos (Viveros. V 2016). La razón como filtro es
utilizada para la conversión de un nuevo esquema de poder; del monarca a la
burguesía. Del uno, a los pocos.
Es así que la libertad y la igualdad
como principios universales desde su origen se ven truncados; el contrato
social pasa a ser un contrato sexual;
la razón como medio de determinación de lo natural es sesgada; y el
conocimiento no es poder, sino que el poder termina por establecer que es
conocimiento. La verificación de ello es simple y se ve reflejada en la
distribución de los derechos políticos (conceptualización de la ciudadanía).
En Inglaterra, hasta bien entrado el
siglo XIX el sufragio se restringía únicamente a los propietarios de la tierra;
recién para el año 1918 se reconoce el derecho al sufragio de todos los
“hombres”, al mismo tiempo que se concede el acceso al mismo a las “mujeres”.
En los EE. UU., los hombres negros y mujeres negras recién acceden a ese
derecho político en el año 1965 (Marshall. T. H.). De esta forma se funda una
clasificación del mundo según la propiedad, la raza y el sexo, como piedra
angular de un patrón de poder que opera en diferentes planos y dimensiones de
la existencia cotidiana, excediendo, claro está, el ámbito de los derechos
políticos.
Hoy la discusión, en términos
generales, ya no pasaría por la distribución de los derechos políticos, sino
por su contenido, vacío por la casi nula incorporación o complementación de
derechos económicos, y hasta civiles desde un lugar de libertad positiva.
La desigualdad económica es causa de
la desigualdad social y esta, de la desigualdad política. A estas alturas
(volviendo a lo mismo) elegir cada tanto (una persona un voto) ya no alcanza
pasando a ser solo una forma más de legitimación de la opresión. Los ganadores
siempre son los mismos y tienen la excusa perfecta para decir a: “a mí me
votaron, ahora me cuelgo la medalla”. Utilizan la democracia a su conveniencia,
con una mirada muy corta de los derechos humanos, compeliendo así a los hombres
a rebelarse contra la tiranía y la opresión (DUDH. Prologo).
La solución siempre es política, pero
“no” con esta clase política que se sostiene sobre una desigualdad económica, a
estas alturas inaceptable desde cualquier lugar ético.
[1] La clase
política busca aquí ser referenciada de modo amplio. Tiende a señalar a cierta
elite política (independientemente expresen amar u odiar al pueblo, en tanto
que la importancia radica en conductas), elite judicial y económica, cuya
característica principal es la de permanecer en el tiempo.
[2] Para los
juristas, ese acuerdo común es la constitución nacional.
[3] Mosca, Pareto,
Michels, etc.
[4] Una izquierda
representada en Argentina por figuras como Leandro N. Alem y Alfredo Palacios.
[5] ¿Qué es la razón?
Lo empírico; aquello que
puede ser sometido a prueba a través del método científico.
BIBLIOGRAFIA.
LASTRA, Arturo Pellet (2003).
“Teoría del estado”. Abeledo Perrot.
MARSHALL, Thomas Humphrey.
“Ciudadanía y clase social”.
PAÍS ANDRADE, Marcela (2021). “La
gestión cultural en y desde una mirada interseccional”.
QUIJANO, Aníbal (2007).
“Colonialidad del poder y clasificación social”.
STEVEN Levitsky & DANIEL
Ziblatt, 2018. “Como mueren las democracias”. www.lectulandia.com
VICH, V. (2014). Introducción y
Capítulo 4. “Des culturizar la Cultura”.
VIVEROS VIGOYA, Mara (2016). “La interseccionalidad”.
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