miércoles, 18 de octubre de 2023

EL LIBERTARISMO ES UN LIBERALISMO DE CAJA CERRADA




Un perro andaluz. Luis Buñuel.


Un candidato que cree en la eliminación del Estado (auto reivindicado como anarco capitalista) se da cuenta que en la práctica una sociedad sin una organización política no es posible. Ergo, propicia un Estado mínimo. Ese Estado mínimo debería ser entendido, como aquel que solo defienda la vida, la libertad y la propiedad privada. El devenido en libertario, muestra su relación con el liberalismo, en tanto concibe a la persona humana como un ente capaz de auto definir su propio proyecto de vida, y es así, que los derechos naturales despliegan el armazón normativo defendiendo aquella famosa trilogía, doctrina que fuera expuesta por John Locke (explicado por Julio Montero en “Los libertarios no son liberales”[1]).

Sin embargo, para la filosofía política libertaria, ni la vida ni la libertad, se pronuncian tan fuerte como lo hace la propiedad privada; y la relación de libertad con propiedad privada, se vuelve libertad para el “consumo”, y la relación de libertad con la vida, se vuelve libertad para “ser dejados solos”.

Es así, que se configura una libertad en su faz negativa -no me maten, no me roben-; una mirada que ve al Estado como un enemigo que, entre otras cosas, mutila el cuerpo con los impuestos; no como un amigo, ni siquiera un aliado.

De esta forma, se va dejando de lado una concepción de la libertad que implica discutir y compartir con otros, es decir: ser parte de una comunidad que te tenga en cuenta como “ciudadano”. El libertarismo, por tanto, niega la “dignidad humana” fundamentada en los tres principios de la modernidad -libertad, igualdad y solidaridad-, concretamente en la “solidaridad”, condensada luego en los derechos humanos bajo el lema de “igualdad y no discriminación (reconocimiento)” -expuesta en los tratados internacionales de Derechos Humanos-, y en la famosa frase de Hannah Arendt: “el derecho a tener derechos”, haciendo alusión al derecho a pertenecer a un orden político, es decir a los “derechos políticos (reconocimiento)” (Leschner, N. 1983).

Dado que cualquier acción del Estado que tenga implicancias distributivas es potencialmente inmoral para esta posición minimalista, también los “derechos sociales -económicos, culturales y ambientales-” (la aberración de la justicia social), como la educación, la salud y la vivienda, son dejados de lado, negándose así la “igualdad” como condición de la libertad desde la posición de Rousseau, y a la “libertad” misma, desde la teoría de la deliberación de Carlos Nino (Bohmer, M. 2015).

Vaya que hasta el mismo Locke ha roto el dramatismo de la propiedad privada con su clausula de “que un individuo únicamente puede apropiarse de un objeto del mundo mientras deje tanto y tan bueno para los demás”. La interpretación de ello es diversa, y algunos consideran que ello abre la posibilidad de que el Estado tienda a igualar oportunidades buscando no dejar a nadie a la merced de su mala suerte -el que nace en una familia pobre-; noción que se alinea a la naturaleza azarosa de John Rawls.

Al parecer, al libertarismo le quedan únicamente los “derechos civiles” relacionados estos con los derechos individuales, buscando propiciar garantías mínimas como “la seguridad y la justicia”. La principal razón que tiene esta filosofía de rechazar el Estado de bienestar, explica Roberto Gargarella en un articulo publicado en su blog[2], es la idea de que un grupo de la elite política, económica y judicial, se reparte privilegios y comete abusos sobre el resto -la ciudadanía-. La paradoja es, que un Estado mínimo, al contrario de restar aquella falla (que es verdadera), lo que haría es exacerbarla, teniendo en cuenta que ese Estado mínimo va ser ocupado por policías, ejércitos, etc. a la luz de los hechos de abusos en nuestra historia latinoamericana.

Pero peor aún, la contradicción se presenta cuando la seguridad y la justicia deben ser garantizadas para todos -no solo para los ricos-, en donde existiría la necesidad, nuevamente, de cobrar impuestos (mutilar el cuerpo) para favorecer a los más desventajados.

La desconfianza democrática en las sociedades actuales, sumada a la falta de mecanismos institucionales para una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones de lo público, ha sido la causa – en gran medida- de políticos impúdicos y grandes concentraciones de riquezas por parte de grupos económicos.  Véase, por ejemplo, America Latina; la región más desigual del mundo, no solo en relación a la distribución de la riqueza, sino también en la distribución de la tierra. Según Oxfam, en Argentina el 1 % concentra el 36 % de la tierra. Esto se agrava en los países de Perú (77%), Chile (74%) y Paraguay (71%). En el mundo, el 1% concentra más del 45% de la riqueza, según las estimaciones de esta misma consultora[3].

La desigualdad profundizada en América Latina, genera discusiones sobre la “eficacia” de los derechos sociales, económicos y culturales, exponentes en una región que los ofrece, pero que pide a cambio libertades políticas, siendo esto ninguna novedad en la dificultad de hacer coincidir la autodeterminación política con la transformación de las condiciones sociales (Leschner, N. 1983).

Ante este escenario de desigualdad preocupante, de corrupción, de violencia política, de crisis climática y de otros tantos flagelos sociales, la pregunta a hacerse es cual es el tipo de libertad que queremos como sociedad. Michael Sandel, en una entrevista del diario perfil[4], explica que la libertad a la cual deberíamos instar para cambiar la realidad acuciante, es una libertad “cívica” que esta conectada a la del autogobierno colectivo. Si la abandonamos y nos recluimos únicamente bajo los muros de la libertad individualista y consumista, dejando atrás un proyecto común -que discuta la justicia y la equidad-, corremos el riesgo de volvernos impotentes, y que esa impotencia sea ocupada por un líder mesiánico que hará de todas ellas una super potencia hacia su persona. 

De anarco a libertario, de libertario a mal llamado liberal, por ende, un populista que habla en nombre de un pueblo -y en contra de otro-, mimetizado con su figura, confundiendo todo con parte -buscando abolir mediaciones republicanas y relacionarse directamente con el pueblo, ej. la consulta popular-. Ahora el pueblo son los leones, y el anti pueblo es la casta.

La libertad del libertarismo en un liberalismo de caja cerrada, y de a poco nos vamos metiendo en ella. Y en esa caja solo hay vacío, vacío, vacío.   

 

 

BIBLIOGRAFIA:

Bohmer, M. 2015. “Autonomía y Derechos sociales. Una revisión del orden de los principios en la teoría de Carlos Nino”. Revista de ciencias sociales. Universidad de Valparaíso. Chile.

Red CALISAS. 2022. Informe Anual de la Situación de la Soberanía Alimentaria en Argentina.

Lechner, N. 1983. “Los derechos humanos como categoría política”. Documento de trabajo. FLACSO. Chile.

 

 

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