Un candidato que cree en la
eliminación del Estado (auto reivindicado como anarco capitalista) se da cuenta
que en la práctica una sociedad sin una organización política no es posible. Ergo,
propicia un Estado mínimo. Ese Estado mínimo debería ser entendido, como aquel
que solo defienda la vida, la libertad y la propiedad privada. El devenido en
libertario, muestra su relación con el liberalismo, en tanto concibe a la
persona humana como un ente capaz de auto definir su propio proyecto de vida, y
es así, que los derechos naturales despliegan el armazón normativo defendiendo
aquella famosa trilogía, doctrina que fuera expuesta por John Locke (explicado
por Julio Montero en “Los libertarios no son liberales”[1]).
Sin embargo, para la filosofía
política libertaria, ni la vida ni la libertad, se pronuncian tan fuerte como
lo hace la propiedad privada; y la relación de libertad con propiedad privada,
se vuelve libertad para el “consumo”, y la relación de libertad con la vida, se
vuelve libertad para “ser dejados solos”.
Es así, que se configura una
libertad en su faz negativa -no me maten, no me roben-; una mirada que ve al
Estado como un enemigo que, entre otras cosas, mutila el cuerpo con los
impuestos; no como un amigo, ni siquiera un aliado.
De esta forma, se va dejando de
lado una concepción de la libertad que implica discutir y compartir con otros,
es decir: ser parte de una comunidad que te tenga en cuenta como “ciudadano”. El
libertarismo, por tanto, niega la “dignidad humana” fundamentada en los tres principios
de la modernidad -libertad, igualdad y solidaridad-, concretamente en la “solidaridad”,
condensada luego en los derechos humanos bajo el lema de “igualdad y no
discriminación (reconocimiento)” -expuesta en los tratados internacionales de Derechos Humanos-,
y en la famosa frase de Hannah Arendt: “el derecho a tener derechos”, haciendo
alusión al derecho a pertenecer a un orden político, es decir a los “derechos
políticos (reconocimiento)” (Leschner, N. 1983).
Dado que cualquier acción del
Estado que tenga implicancias distributivas es potencialmente inmoral para esta
posición minimalista, también los “derechos sociales -económicos, culturales y ambientales-” (la aberración de la
justicia social), como la educación, la salud y la vivienda, son dejados de
lado, negándose así la “igualdad” como condición de la libertad desde la
posición de Rousseau, y a la “libertad” misma, desde la teoría de la
deliberación de Carlos Nino (Bohmer, M. 2015).
Vaya que hasta el mismo Locke ha
roto el dramatismo de la propiedad privada con su clausula de “que un individuo
únicamente puede apropiarse de un objeto del mundo mientras deje tanto y tan
bueno para los demás”. La interpretación de ello es diversa, y algunos
consideran que ello abre la posibilidad de que el Estado tienda a igualar
oportunidades buscando no dejar a nadie a la merced de su mala suerte -el que
nace en una familia pobre-; noción que se alinea a la naturaleza azarosa de
John Rawls.
Al parecer, al libertarismo le
quedan únicamente los “derechos civiles” relacionados estos con los derechos
individuales, buscando propiciar garantías mínimas como “la seguridad y la
justicia”. La principal razón que tiene esta filosofía de rechazar el Estado de
bienestar, explica Roberto Gargarella en un articulo publicado en su blog[2],
es la idea de que un grupo de la elite política, económica y judicial, se
reparte privilegios y comete abusos sobre el resto -la ciudadanía-. La paradoja
es, que un Estado mínimo, al contrario de restar aquella falla (que es
verdadera), lo que haría es exacerbarla, teniendo en cuenta que ese Estado
mínimo va ser ocupado por policías, ejércitos, etc. a la luz de los hechos de
abusos en nuestra historia latinoamericana.
Pero peor aún, la contradicción
se presenta cuando la seguridad y la justicia deben ser garantizadas para todos
-no solo para los ricos-, en donde existiría la necesidad, nuevamente, de
cobrar impuestos (mutilar el cuerpo) para favorecer a los más desventajados.
La desconfianza democrática en
las sociedades actuales, sumada a la falta de mecanismos institucionales para
una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones de lo público, ha
sido la causa – en gran medida- de políticos impúdicos y grandes
concentraciones de riquezas por parte de grupos económicos. Véase, por ejemplo, America Latina; la región
más desigual del mundo, no solo en relación a la distribución de la riqueza,
sino también en la distribución de la tierra. Según Oxfam, en Argentina el 1 % concentra el 36 % de la tierra. Esto se agrava en los países de
Perú (77%), Chile (74%) y Paraguay (71%). En el mundo, el 1% concentra más del
45% de la riqueza, según las estimaciones de esta misma consultora[3].
La desigualdad profundizada en
América Latina, genera discusiones sobre la “eficacia” de los derechos sociales,
económicos y culturales, exponentes en una región que los ofrece, pero que pide
a cambio libertades políticas, siendo esto ninguna novedad en la dificultad de
hacer coincidir la autodeterminación política con la transformación de las
condiciones sociales (Leschner, N. 1983).
Ante este escenario de desigualdad preocupante, de corrupción, de violencia política, de crisis climática y de otros tantos flagelos sociales, la pregunta a hacerse es cual es el tipo de libertad que queremos como sociedad. Michael Sandel, en una entrevista del diario perfil[4], explica que la libertad a la cual deberíamos instar para cambiar la realidad acuciante, es una libertad “cívica” que esta conectada a la del autogobierno colectivo. Si la abandonamos y nos recluimos únicamente bajo los muros de la libertad individualista y consumista, dejando atrás un proyecto común -que discuta la justicia y la equidad-, corremos el riesgo de volvernos impotentes, y que esa impotencia sea ocupada por un líder mesiánico que hará de todas ellas una super potencia hacia su persona.
De anarco a libertario, de libertario a mal llamado
liberal, por ende, un populista que habla en nombre de un pueblo -y en contra
de otro-, mimetizado con su figura, confundiendo todo con parte -buscando
abolir mediaciones republicanas y relacionarse directamente con el pueblo, ej. la
consulta popular-. Ahora el pueblo son los leones, y el anti pueblo es la
casta.
La libertad del libertarismo en
un liberalismo de caja cerrada, y de a poco nos vamos metiendo en ella. Y en esa caja solo hay vacío, vacío, vacío.
BIBLIOGRAFIA:
Bohmer, M. 2015. “Autonomía y Derechos sociales. Una
revisión del orden de los principios en la teoría de Carlos Nino”. Revista de
ciencias sociales. Universidad de Valparaíso. Chile.
Red CALISAS. 2022. Informe Anual de
la Situación de la Soberanía Alimentaria en Argentina.
Lechner, N. 1983. “Los derechos humanos como categoría
política”. Documento de trabajo. FLACSO. Chile.
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