Dejare por aquí algunas cuestiones importantes que nos ayudaran a pensar la crisis "civilizatoria" que estamos atravesando como humanidad. Como voy a tomar solo el prólogo escrito por Jaime Coronado del material “Vivir en la encrucijada" del año 2018, lo que vendrá será suficientemente breve; aun así, ello no impedirá percibir la complejidad del asunto.
Preguntémonos, para dar inicio, cuales son las causas y consecuencias de
nuestra vida social y de nuestra organización como comunidad política. Reflexionemos
sobre nuestras normas, instituciones, costumbres y modales. Consideremos que
implica nuestra práctica social y nuestra convivencia en el espacio público. Qué
hago yo y que espero de los demás, si es que hago algo y algo espero.
Desde ya, buscar comprender es la formulación de un interrogante para ser
resuelto; lo cual ello nos exige, desde el vamos, a pensar y a estar atentos. Sin
embargo, cuando hablamos de una crisis civilizatoria, el acto de pensar es aún
mayor, no porque una crisis de pareja, por ejemplo, sea algo insignificante
(que no lo es y requiere un pensamiento crítico situado), sino porque el desafío
que se presenta aquí, es para la humanidad en su conjunto y no solo para dos
sujetos. Se trata así, sobre todas las cosas, de resignificar el sentido de la
existencia y de los valores que servirán como sostén de una sociedad en
términos colectivos. Es decir, implica conversar y pensar sobre un contenido complejo, y accionar
colectivamente.
Todos y cada uno de nosotros ha comenzado a percibir, y cada vez con mayor
intensidad, que algo no anda bien. Guerras, pandemias, cambio climático; todo ello
a una escala global que influye directamente sobre nuestras vidas cotidianas.
Asimismo, considero que nuestra cotidianidad también influye a escala global. ¿Qué quiero decir con esto? Que incluso una
relación entre dos sujetos, como la pareja mencionada anteriormente, puede
modificar (aunque en menor escala) lo indeseable en términos sociales. El mundo
me cambia y yo cambio al mundo. Como dijo Schiller, todo cambio social y político,
implica necesariamente e inicialmente un cambio estético (Shiller, F. 1941).
La crisis civilizatoria, entonces, es una crisis planetaria, referida al
agotamiento del paradigma de la modernidad. Siguiendo con el texto de Coronado,
se mencionan tres crisis: la financiera,
la energética y la ambiental. La interpretación de ellas, se elaboran desde
el pensamiento dominante o desde una perspectiva alternativa. Coronado celebra el
enfoque alternativo e integrado del presente trabajo, donde se pone sobre la
mesa, entre otras cosas, la desigualdad socioeconómica como centro del análisis
de la crisis económica, explicando que existe una brecha creciente entre la
economía real y la economía financiera.
“…Se estima que en la
dinámica económica global sólo de un 5 % a un 10 % de la misma es real. El
resto es masa especulativa […] El Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU de
1998 dejaba claro el dato de que un 20 % de la humanidad poseía un 84 % de la
riqueza global. […] En EE.UU. la mitad de la bolsa está en manos del 1 % de la
población, una serie de personas absolutamente privilegiadas. El otro 50 % es
propiedad, casi en su totalidad, del 10 % de la población […] El acceso
universal a los Servicios Sociales básicos podrían lograrse con un 10 % del
presupuesto militar de EE. UU., o con la cuarta parte de los presupuestos
militares anuales de los países en desarrollo.” (Martínez, j. 2018. Pag. 8).
La crisis económica es un padecimiento de los ciudadanos que se ven
afectados por los efectos de la acumulación de dinero en unos pocos sectores como
el inmobiliario, el energético y el alimenticio. La desigualdad se ha
fundamentado en una interpretación errónea del derecho a la propiedad privada, sin
ninguna limitación. El mismo Locke, padre del liberalismo clásico, señalaba que
nadie tiene derecho a poseer mas de lo que puede utilizar, tomando solo una
cantidad tal que deje suficiente para los demás. (Hartnack, J. 1978).
El periodista español Ignacio Ramonet, mencionado por Coronado, explica que
la crisis económica se traduce en un aumento del miedo y del resentimiento.
Problemas de ansiedad e incertidumbre amenazan y corrompen nuestra vida
personal. La soledad y el suicido caen como gotas de lluvia. Frente a esto, se
observa un creciente corrimiento hacia lo privado e individual, con un profundo
rechazo hacia el otro, hacia el diferente. Surge una sospecha basada en la
desconfianza, que se responde con violencia y sesgos autoritarios. Ello pone en
cuestión al sistema democrático, cuyo uno de los pilares es la aceptación del
otro como sujeto de conocimiento.
Es así que uno de los aspectos centrales para hacer frente a esta crisis es
redefinir el papel del Estado, que ha beneficiado, directa o indirectamente,
por acción u omisión, a los monopolios y oligopolios. Sin embargo, no sabemos
si redefinir el Estado implica cambiarlo utilizando las mismas herramientas que
nos brinda el propio sistema en crisis, o si deberíamos construir nuevas
alternativas a partir de imaginarios diferentes. También esto, nos lleva a
preguntarnos, si nos encontramos ante una crisis terminal o simplemente ante
una contingencia a ser resuelta con los mecanismos de resolución de conflictos actuales.
Para Aníbal Quijano, pensador decolonial por excelencia junto a Enrique
Dussel, esta crisis civilizatoria, mencionada anteriormente, se debe al
agotamiento del patrón del poder eurocéntrico. Quijano, nos ofrece una visión
multidimensional de la crisis en la colonialidad del poder y expone que la
crisis del capitalismo es terminal. Esto debería ser visto como una ventana de
oportunidades para desarmar el sistema, aun dominante en la actualidad, basado
en la diferencia superficial (sexo, raza, naturaleza humana y no humana, etc.)
cuya consecuencia ha sido la instauración de desigualdades en el ejercicio de
derechos.
El Estado capital/nación ha demostrado que no puede resolver una crisis que
por todos lados desborda. Diría el Dr. Gargarella, es como un traje chico para
un cuerpo social que le ha quedado demasiado grande. Las instituciones públicas
se han convertido en meras sombras de una pelicula proyectadas hace mucho
tiempo. Los conflictos del presente, son más complejos y diversos, cuya
resolución no puede basarse sobre la antigua idea de la representación
política. Esto nos despierta otro interrogante: ¿Cuál es rol de la ciudadanía
en este contexto? ¿No será la ciudadanía la única opción legitima para hacer
algo? Y si es así ¿cuál debería ser el contenido de su reclamo y la estrategia
a utilizar?
Las revoluciones sociales, continua el texto, pueden levantar banderas
argumentando cambios de épocas, dejando un sistema para entrar en otro, y en el
mejor de los casos ofreciendo propuestas futuras. En otros casos, simplemente solo
buscaran dejar atrás el pasado. También, podrían acentuar el trasfondo
contradictorio del sistema, impulsando medidas que, si son analizadas con profundidad,
no tendrán un impacto positivo en la crisis. A modo de ejemplo, se plantea si
el concepto de desarrollo sustentable (fogoneado por ciertos sectores) es suficiente o si se debería transformar
el mismo sentido de la palabra “desarrollo”.
Para concluir, Edgar Morin concibe a la idea de crisis en un macro
concepto, basado en los principios de la teoría de la complejidad. Según esta teoría,
el principio dialógico, destaca los procesos de transformación, donde la ruptura
no necesariamente lleva a la supresión de alguna de las partes, sino mas bien a
una convivencia contradictoria entre lo viejo y lo nuevo. Se impone un dialogo de saberes, donde nadie posee
la totalidad del problema ni la totalidad de la solución.
De vuelta, esta crisis nos exige pensar, conversar y actuar colectivamente.
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