domingo, 1 de diciembre de 2024

La rotura de lo real es más real que lo real






Para tener deseos de acercarse, primero hay que alejarse.

No se puede hacer eso en una sociedad en la que nadie se desconecta.

 

 

En el canal de televisión Ciudad Magazine, Javier Milei, actual presidente argentino, intentó demostrar que es más alto que su eventual novia: Yuyito González. De pie junto a ella, afirmó: “Para que vea la diferencia, señora, le llevo más de cinco centímetros”. Entre los comentarios del video en redes, destaco uno de “soledad1891”, que escribe: “¡Único! 🥰 Un capo, habla como cualquier argentino, re sencillo”.

Este episodio invita a reflexionar a través de lecturas como las del sociólogo italiano Giuliano Da Empoli, cuyas ideas parecen cobrar vida en nuestra realidad social y política. Hace unas semanas leí su ensayo publicado en Nueva Sociedad, titulado Waldo a la conquista del planeta. Rabia, política y algoritmo”, un extracto de su libro: Los ingenieros del caos.

El texto comienza con una descripción breve del personaje animado llamado Waldo, protagonista de uno de los capítulos (temporada 2; cap. 3) de la serie británica denominada Black Mirror (espejo negro en español). Este oso azul computarizado se gana al público gracias a su humor ácido y chistes de mal gusto. La popularidad del personaje lleva a una pregunta clave: ¿y si es tan querido, por qué no postularse a elecciones? Da Empoli sugiere que esta ficción explica los fenómenos políticos actuales con mayor claridad que muchos ensayos de sociología. Aunque recomiendo ver el episodio, resumiré su desenlace:

En una megalópolis futurista, un grupo de fuerzas de seguridad golpea a vagabundos que duermen bajo un puente. Entre ellos está Jaime -un treintañero frustrado-, creador de Waldo y figura central del relato. Poco después, Jaime se detiene frente a una pantalla gigante que muestra imágenes de Waldo dominando el planeta: gigantografías, aviones militares con su nombre, escolares con uniformes del color de Waldo. Un nuevo eslogan de poder había tomado el mundo. Lo que comenzó como una sátira antisistema se ha transformado en el nuevo sistema. La distopía se ha hecho carne; la furia, el resentimiento y la paranoia son ahora la norma.

Da Empoli cita a Peter Sloterdijk y su libro Ira y tiempo (2006), donde se analiza la historia política de la ira. Sloterdijk sostiene que a lo largo de las sociedades, un sentimiento irreprimible ha recorrido a quienes, que con razón o no, se sienten perjudicados o abandonados. Durante siglos, la religión canalizó esta rabia acumulada, seguida, hacia finales del siglo XIX, por los partidos políticos, especialmente los de izquierda. Su función consistía en acumular las energías de indignación, que en vez de liberarse al “instante”, podían destinarse a construir un proyecto más ambicioso y sustentable. Así, las emociones no derivarían en episodios “individuales”, sino que se pondrían al servicio de un plan general, en donde el perdedor se convierte en activista y su ira encuentra una salida política.

 

Sin embargo, Sloterdijk observa que ni la iglesia católica, que fracasó con su idea del juicio final por una sociedad con individuos que poco le interesa trascender y se limitan únicamente a vivir el “aquí y ahora”, ni los partidos políticos en general, que en su momento han sabido ser correas transmisoras de demandas ciudadanas, pero hoy parecen centrados en agendas propias como si fueran islas soberanas, logran contener la cólera acumulada por la población.

La consecuencia es, una ira que se expresa de manera cada vez más desorganizada, desde los inicios del siglo XXI. Pero hoy, después de casi veinte años de aquella publicación del filósofo alemán, el autor del Mago del Kremlin, nos hace notar, con evidencia empírica, que esa indignación se organizó detrás de  figuras populistas que ocupan la escena política de sus países, cada vez, cada día, en mayor medida. Los ejemplos abundan; EE. UU con Trump, Marilen De Pen en Francia, Víctor Orban en Hungría; los casos repetidos en América Latina.  

Fernando Savater, en su libro Política de urgencia, explica sencillamente, que el populismo es la democracia de los ignorantes; pero también de los decepcionados. Es el sueño de un sistema instantáneo en el que la voluntad generosa del pueblo se realiza por un líder cuasi mesiánico sin interferencia alguna. El punto es, aclara el autor, que justamente esa interferencia, que no es más que procedimiento -derecho y garantía-, es lo que constituye al sistema democrático.

El ensayo del italiano destaca un punto en común entre los movimientos populistas extremos, pese a sus muchas diferencias: su bandera principal es castigar a las élites políticas tradicionales, sean de izquierda o de derecha. Estas son acusadas, con argumentos que parecen válidos, de traicionar el mandato popular y favorecer los intereses de una minoría enquistada en el Estado. Sin embargo, lo más revelador del análisis es su advertencia de que figuras como Waldo, Trump o Bolsonaro no habrían surgido sin una condición material que permitiera a los nuevos populistas construir y sostener sus reivindicaciones.

Un pequeño dispositivo que llevamos en el bolsillo nos ofrece acceso instantáneo a todas las respuestas del mundo, impactándonos de manera inevitable y profunda. La inmediatez con la que satisface cada uno de nuestros deseos ha cultivado en nosotros una impaciencia legítima, en donde ya nadie está dispuesto a esperar. Como dice Sabina, "La sala de espera es sin esperanza"; y Luca Prodan lo resumió con su famosa frase: "No sé lo que quiero, pero lo quiero ya". Este fenómeno se conecta con el análisis de Jonathan Haidt en La generación ansiosa, en donde expone en su introducción, el riesgo de las redes sociales para los niños/as y adolescentes por una lentitud en la maduración de una parte del cerebro que se encarga de decir no a la tentación.  

Entonces, si la sociedad se comporta de tal forma, ¿porque la política debería ser distinta?, si en todo caso, en un sistema representativo, los que mandan son nuestros mandados, aquellos a quienes nosotros los hemos mandado a mandar.

La rabia, tiene su raíz en la impotencia y en la ansiedad desmesurada por obtener la aprobación de los demás, motivada por el temor a llevar una vida considerada inadecuada. Según los psicólogos, este estado de ánimo se representa con la figura del adolescente. Sin embargo, el problema actual radica en que las redes sociales nos convierten a todos en adolescentes perpetuos, atrapados en una habitación virtual que intensifica nuestra frustración. Observamos la mediocridad de nuestras vidas frente a las posibilidades aparentemente al alcance de la mano, pero reducidas a un aparato de color.

 

Giuliano Da Empoli, afirma que, en estos tiempos, la moneda corriente es la formulación y recepción de teorías conspirativas, ya que ofrecen, al fin y al cabo, una respuesta al indignado permitiendo justificar su ira. Un solo ejemplo de esto en nuestro país, es la idea recurrente del lawfere. Una idea tan absurda que llevaría a creer que una cierta elite –política, judicial, empresarial- se puso de acuerdo para acallar a los máximos líderes populares de nuestra región; que “claro”, paradójicamente no forman parte de esa elite.  Aunque las redes sociales no conspiran por sí mismas, sí son el mejor soporte para que aquello funcione, al fomentar emociones intensas, causantes de más clics y de usuarios pegados a la pantalla, como yonquis pegados a la heroína.

Un informe del Instituto Tecnológico de Massachusetts revela que una noticia falsa tiene un 70% más de probabilidades de ser compartida en internet que una verdadera, debido a su capacidad de captar la atención con mensajes peculiares. Esto refleja una inseguridad individual que busca reconocimiento social y una ira que se libera en la esfera virtual, pero con consecuencia en la vida real. Un ejemplo de ello es el movimiento de los chalecos amarillos en Francia, que adoptó su identidad tras el impacto de un vídeo publicado en Facebook por un joven mecánico con ese atuendo. En cuestión de días, el video acumuló más de cinco millones de visualizaciones.

El ensayo concluye que Waldo es una traducción política de las redes sociales: una máquina alimentada por la rabia, cuya única misión es responder a las emociones de sus simpatizantes. No propone ideas nuevas ni soluciones, solo repite lo que la gente piensa en el lenguaje que esta misma utiliza. Si las élites consideran esto ofensivo, mejor aún, porque refuerza su desconexión con el pueblo, que Waldo encarna perfectamente. En una sociedad donde la vulgaridad y los insultos personales ya no son tabú, Waldo resulta una consecuencia lógica. La premisa socrática de que todos revelan inteligencia cuando se les trata como tal parece haberse derrumbado, dejando espacio para la imbecilidad humana.

¿Cambio?

El español Antonio Sola, conocido como "el creador de presidentes", plantea una idea esperanzadora: una tercera vía que escapa de los extremos polarizantes tan habituales en el panorama político. Sola, describe al nuevo líder como una figura con valores asociados a lo femenino, aunque no necesariamente sea una mujer. Esta figura se destacaría por su capacidad de mostrar afecto y empatía, cualidades que, tras la pandemia, cobraron especial relevancia. La crisis sanitaria evidencia la importancia de las tareas de cuidado, un rol tradicionalmente asumidas por mujeres, quienes representan el 70% del personal sanitario a nivel mundial. Así se consolida un paradigma de los cuidados, que abarca respeto, amabilidad, tolerancia, colaboración y una conexión profunda con los cuerpos humanos y territoriales, estableciendo una analogía entre la tierra y la mujer.

Sola advierte que el marketing político, cuando impulsa imágenes de líderes vacíos de estos valores, termina por crear "monstruos". Esta corriente guarda cierta semejanza con las ideas de Stéphane Hessel y Edgar Morin en su libro: El camino de la esperanza, donde reivindican la solidaridad y el rescate de saberes y destrezas tradicionales. Este planteamiento también parece dialogar con las culturas originarias, cuya visión no civilizatoria (en términos de los neoamericanos) resalta formas de vida más armónicas.

Ante todo aquello deberíamos reflexionar sobre nuestra relación con la propiedad privada. Si bien podríamos discutir sobre los medios de producción, la propiedad de uso personal debe respetarse como parte esencial de la autodeterminación de la vida moderna. Modernidad que no nos permitiría echarnos hacia atrás, aunque si lo hiciere, ese retorno a la tradición también sería moderno por una voluntad que es libre y racional. 

Pero toda esto está por verse. Mientras tanto, el presidente de la nación argentina se mide la estura en un programa de televisión con la supuesta primera dama para hablar de esto y no de que es un gobierno, a estas alturas, antidemocrático e inconstitucional (art. 18, 37, 41, 43, 75 inc. 17, inc. 19, inc. 22, inc. 23, 99 inc. 2 y 3)

En estos tiempos, la rotura de lo real es más real que lo real.

 

Link al diario: El Gobierno Argentina: https://iky.b07.myftpupload.com/politica/la-rotura-de-lo-real-es-mas-real-que-lo-real/ 

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