Entre el cruce encendido de intelectuales en el panel de cierre y el bullicio amable de los pabellones, la Feria del Libro me ofreció dos días tan intensos como memorables.
Sábado 10 de mayo.
Acreditación y
bienvenida.
Desde
Coronel Díaz crucé hacia la avenida Santa Fe. Seguí derecho, rumbo a la Feria
del Libro, ubicada en el predio de La Rural, a la altura de Plaza Italia. Eran
las siete de la tarde, y la ciudad se movía con toda liviandad. El trayecto a
pie duraba unos veinte minutos, pero como me detuve a atarme los cordones de
los zapatos, me demoré dos minutos más.
En el acceso, sobre la Av. Santa Fe, una marea de personas chocaba contra los andariveles, Pude llegar a decir que tenía una pre acreditación como prensa. Lo probé con un correo y rápidamente me dejaron ingresar, llevándome a la sala de prensa para completar la acreditación final. Mariana, encargada de la sala, me entregó la credencial y me explico la disposición general del lugar.
—Quiero ir
a la presentación del libro Democracia Confederal II, de Cúneo —le dije.
—Perfecto —respondió—, eso comenzó hace media hora. Está en la sala Cortázar,
en el pabellón amarillo, justo en la otra punta de donde estamos.
Mariana me
explicó cómo llegar, y hacia allá fui. Crucé el patio, moviendo la mirada de un
lado a otro. La sala estaba repleta, con mucha gente agolpada en la puerta. Me
acerqué todo lo posible y mostré mi credencial recién sacada. El guardia de la
puerta me informo que no cabía ni un alfiler más. Me limité a sacar una foto de
baja calidad con el celular y me alejé.
En un
pasillo, dentro del mismo pabellón, vi a Juan Sasturain con un grupo reducido
de personas, no más de diez. Estaban en la presentación de una novela,
aparentemente escrita por autores españoles. Me senté allí, más que nada, para
leer la grilla de actividades y entender mejor el mapa que Mariana me había
dado junto con la credencial.
Al cabo de
un rato, decidí asistir a la charla De Macri a Milei. El país inviable de
las élites argentinas, en la sala Ernesto Sábato, del pabellón azul. Aún
faltaban más de treinta minutos para su inicio. En el camino, me crucé con otra
presentación: El impacto de la inteligencia artificial en el ámbito legal,
en la sala de Espacio Digital. Escuché las primeras reflexiones, que advertían
sobre los peligros que la tecnología representa para una serie de derechos
conquistados. Se habló de la necesidad urgente de debatir estos temas, de
transformarlos, de impedir que lo que hoy cuestionamos se convierta en nuestro
próximo yugo. Agradecieron la presencia del defensor del pueblo de la ciudad y
destacaron el carácter federal del libro, tanto por su contenido como por sus
autores.
Ya era
hora. Caminé con rapidez, como cualquier persona de prensa, como cualquier
sujeto inmerso en la urgencia de los saludos y la ansiedad de llegar a tiempo. Pise un poco más la alfombra roja manchada por miles de zapatos y zapatillas.
Todo el predio estaba lleno de libros, pantallas y carteles.
En uno de
los pasillos, vi a Pamela Stupia firmando su último libro, Donde las
mentiras sean eternas, en una mesa pequeña con un cartel aún más pequeño
que anunciaba: “Hoy firma Pamela Stupia”.
La sala
Sábato también estaba colmada. Aún no habían abierto las puertas, pero la fila
que la rodeaba lo decía todo. Mostré nuevamente mi credencial. El guardia de la
entrada me pidió que aguardara un momento. Al poco rato apareció un señor de
baja estatura, con barba, poco cabello, y una cámara con lente prominente
colgada al cuello.
—¿Sos
prensa? —me preguntó.
—Sí —respondí.
—Bueno, entremos —dijo, levantando la cinta negra que dividía los espacios.
Y así,
estábamos adentro. Claro, esto es el periodismo —pensé—. Yo recién me doy
cuenta.
En apenas
cinco minutos, la sala, con capacidad para 80 personas, ya alojaba a 100. Los
organizadores de la editorial discutían con los de la feria por el ingreso. En
el escenario, Roberto Feletti —junto a Tomás Crespo, ambos autores— comenzó su
intervención diciendo que el país corre un serio riesgo. Las élites, afirmó,
están rompiendo como nunca antes con la idea de nación. La acumulación de
capital y su posterior fuga al exterior están poniendo en grave peligro al
país. La crisis no es fiscal —insistió—. Ya lo demostró el ajuste brutal de
este gobierno, que aun así acude al FMI. Entonces, la crisis es externa. Hay
que juntar dólares en el banco central, y eso, las élites no lo están
permitiendo.
Salí de la
sala. Volví a los pasillos, dirigiéndome hacia la salida. Salí por la avenida
Sarmiento y caminé en dirección a Las Heras, para luego llegar a la calle
Juncal. A la altura de República de la India, vi la luna, en los albores de su
plenitud. En Juncal al 3300, me detuve en un café. Pedí un cortado y, sobre la
mesa, vi la portada del diario Clarín: "Ficha Limpia: Rovira
admitió que Milei le pidió votar en contra".
Domingo 11 de mayo.
Debate final
en el cierre de la feria de libro.
Llegando
justo, trabe la bici en Plaza Italia y volví a entrar por la Av. Santa Fe. La
unidad de los cuerpos pasando sobre la senda peatonal me impedía el paso y la
llegada a tiempo. Me escanearon el código de la credencial e ingresé. Fui
directo al pabellón blanco, subí las escaleras en zancadas y me dirigí a la
sala Victoria Ocampo. El debate final aún no había empezado y todavía quedaban
algunos lugares libres en el fondo. La prensa, al igual que los invitados,
tenía reservados los espacios del frente.
Me senté
en la tercera fila. Frente a mí, tres periodistas se preparaban para redactar
lo ocurrido: dos con libretas, una con un ordenador. Tres o cuatro fotógrafos
disparaban flashes sobre el escenario. Los expositores, de izquierda a derecha,
eran Claudia Piñeiro, Dolores Reyes, Marcelo Birmajer y Tomás Abraham. La
moderación estaba a cargo de la periodista Hinde Pomeraniec. Los ejes del
debate, dos: reflexionar sobre la cultura en el país de la libertad —porque la
palabra censura volvió a nosotros— y discutir el valor de las palabras.
La periodista dio inicio al encuentro y cedió la palabra.
Birmajer
fue el primero en tomarla. Afirmo que hoy se enfrentan dos formas de ver el
mundo: la democracia liberal y el fundamentalismo que la combate. Mencionó a la
república islámica de Irán y trajo a colación dos atentados sufridos en nuestro
país: la AMIA y la embajada de Israel.
Dolores
Reyes, que había sido señalada por sectores del gobierno nacional por su libro Cometierra,
incluido en planes educativos bonaerenses, expresó que en un país donde una
mujer muere cada día a manos de la violencia machista, no puede existir la
libertad.
Se citaron
autores censurados durante la última dictadura cívico-militar. Claudia Piñeiro
retomó el eje diciendo que se habla de censura porque, simplemente, hoy existe
la censura. No es previa, es indirecta. Según explico, la censura se ejerce hoy
a través de la violencia, especialmente en redes sociales. Redes que, advirtió,
no están tan alejadas de la realidad. Incluso, aunque las denuncias penales
contra periodistas no prosperan, generan autocensura por miedo a meterse en
problemas.
La sala,
de grandes dimensiones, ya estaba colmada. A través de los ventanales laterales
se filtraba el sol del ocaso, proyectando su reflejo sobre los arcos de La
Rural. Entonces habló Tomás Abraham. Sostuvo que no hay censura en una
democracia con alternancia: Decimos lo que queremos, cuando y donde
queremos. No hay quema de libros, no se mata a nadie. Pero aclaró que la
democracia no garantiza la libertad cuando la mafia está en el poder.
Citando la
película El maldito, de Fritz Lang, habló del valor de la ciudadanía. Señaló
que existe un poder cultural que define qué libros merecen reseñas y cuáles no. Se degrada, se escracha. Ese es el precio
de la libertad: hablar más fuerte, incluso desde la soledad. En la
dictadura se apresaba, en democracia se cancela.
La
moderadora dio paso al cruce de opiniones.
Abraham se
dirigió a Birmajer: Existe otro fundamentalismo muy peligroso: el
fundamentalismo judío. El público aplaudió, aunque con menos entusiasmo que
en las intervenciones de Reyes y Piñeiro. Luego agregó que las guerras ya no
existen; ahora lo que existe es la destrucción de la humanidad, cuyo único
beneficiario parece ser la industria armamentista.
Birmajer
reafirmó su postura, sosteniendo que en el mundo islámico fundamentalista la
desigualdad de género es abismal, mucho más que en las democracias liberales.
Piñeiro lo
interpeló, pidiéndole que evitara el uso del término woke con tono
despectivo, como lo había hecho minutos antes al responsabilizar a ese
movimiento de que alguien como Milei esté hoy en el poder.
La escritora
también cuestionó a Abraham, afirmando que sí existe censura estatal, ya que se
sostiene —de una forma u otra— a grupos que atacan a quienes piensan distinto.
Esta vez los aplausos fueron más contundentes. Las caras serias de los varones
en el escenario eran el contraste.
Birmajer
retomó, mencionando la imposición del uso del lenguaje inclusivo —la
"e"— durante el Kirchnerismo. Se escucharon murmullos. Quiso explicar
el término woke, pero la moderadora intervino: A las mujeres no se
les explica nada, y soltó una risa. Birmajer no dijo más.
Dolores
habló de El Eternauta y de German Oesterheld. Ambas escritoras contaron
que reciben amenazas en redes. Dolores denunció, además, que hoy los presos por
delitos de lesa humanidad son tratados como presos VIP.
La
moderadora cedió la palabra a Abraham, que había permanecido en silencio un
rato. Con voz alta y densa, dijo: Me parece que les encantan los Falcon
verdes. Se complacen con la tragedia. Basta de ir para atrás. Vamos para
adelante alguna vez. Movía mucho las manos. Basta con la historia de la
memoria. Hubo un segundo de silencio. Alguien del público respondió: Sin
memoria no hay futuro, y se escuchó un canto: ¡Memoria, memoria!
Birmajer
insistió con el tema del lenguaje inclusivo. Los murmullos crecían. La
moderadora anunció que Marcelo debía retirarse. Él agradeció la invitación, se
levantó y se fue, no sin antes, ya alejado del micrófono, decir: Esto se
está volviendo un show.
Abraham
continuó diciendo: Victimizarse es darle un regalo al otro. Yo me enfrento
al otro. No le regalo nada. Soy más digno.
Tras una
intervención de Dolores sobre sus visitas a ferias del libro en el exterior,
Abraham la miró y le preguntó: Dolores, ¿cómo hacés para que te inviten a
tantas ferias? Yo también quisiera viajar más. El público se rió.
Piñeiro
intervino. El filósofo cerró diciendo que él no habla de lo que hace, que
simplemente lo hace y le importan tres carajos los aplausos.
Luego de
casi hora y media se terminó el debate.
Inmediatamente
sonó jazz.
Cuando bajé, me encontré con la sala J. Hernández en el
pabellón rojo, donde
Jorge Fernández Díaz presentaba su último libro: El secreto Marcial. La
actividad ya estaba por terminar, así que pedí entrar solo para hacer unas
fotos, pero el guardia de la puerta no me dejó.
En
aproximadamente treinta minutos, en ese mismo lugar tendría lugar la
presentación del libro Zurda, de Myriam Bregman.
Me fui a
caminar por los pabellones amarillo, verde y azul. Pasé por los stands de
Sudestada, la SADE y Siglo XXI. Al llegar a la sala Ernesto Sábato, vi desde
afuera a Gustavo Sylvestre presentando su libro Pepe Mujica, ligero de
equipaje.
Al salir,
justo frente a la pista central, en un pequeño escenario al aire libre, escuché
a Tamara Tenenbaum decir que quien escribe debería presentarse a concursos,
porque el tiempo límite impide que uno se deshaga de una idea que no termina de
convencerlo.
Ese
domingo 11 de mayo estuve casi cuatro horas dentro del predio. Terminé la
jornada en las gradas, mirando hacia el pabellón Martínez de Hoz. Tomaba café y
escuchaba a Kevin Johansen, que se presentaba junto a Liniers. Sonaba No voy
a ser yo, de Drexler. Desde allá arriba se veía el vendaval de gente que
iba y venía: grandes y chicos, jóvenes y adultos mayores, camperas de jean, de
cuero, sacos de corderoy. Lleno de mujeres hermosas y hombres divertidos. Me
sentía cansado, pero a la vez vital.
Descendí
de la tribuna volando. Me dirigí hacia la salida. Otra vez la avenida
Sarmiento.
Otra vez
la luna.