domingo, 18 de mayo de 2025

Debate cruzado en el cierre de la Feria del Libro: Birmajer se retira antes.

Entre el cruce encendido de intelectuales en el panel de cierre y el bullicio amable de los pabellones, la Feria del Libro me ofreció dos días tan intensos como memorables.


Sábado 10 de mayo.

Acreditación y bienvenida.

Desde Coronel Díaz crucé hacia la avenida Santa Fe. Seguí derecho, rumbo a la Feria del Libro, ubicada en el predio de La Rural, a la altura de Plaza Italia. Eran las siete de la tarde, y la ciudad se movía con toda liviandad. El trayecto a pie duraba unos veinte minutos, pero como me detuve a atarme los cordones de los zapatos, me demoré dos minutos más.

En el acceso, sobre la Av. Santa Fe, una marea de personas chocaba contra los andariveles, Pude llegar a decir que tenía una pre acreditación como prensa. Lo probé con un correo y rápidamente me dejaron ingresar, llevándome a la sala de prensa para completar la acreditación final. Mariana, encargada de la sala, me entregó la credencial y me explico la disposición general del lugar.

—Quiero ir a la presentación del libro Democracia Confederal II, de Cúneo —le dije.
—Perfecto —respondió—, eso comenzó hace media hora. Está en la sala Cortázar, en el pabellón amarillo, justo en la otra punta de donde estamos.

Mariana me explicó cómo llegar, y hacia allá fui. Crucé el patio, moviendo la mirada de un lado a otro. La sala estaba repleta, con mucha gente agolpada en la puerta. Me acerqué todo lo posible y mostré mi credencial recién sacada. El guardia de la puerta me informo que no cabía ni un alfiler más. Me limité a sacar una foto de baja calidad con el celular y me alejé.

En un pasillo, dentro del mismo pabellón, vi a Juan Sasturain con un grupo reducido de personas, no más de diez. Estaban en la presentación de una novela, aparentemente escrita por autores españoles. Me senté allí, más que nada, para leer la grilla de actividades y entender mejor el mapa que Mariana me había dado junto con la credencial.



Al cabo de un rato, decidí asistir a la charla De Macri a Milei. El país inviable de las élites argentinas, en la sala Ernesto Sábato, del pabellón azul. Aún faltaban más de treinta minutos para su inicio. En el camino, me crucé con otra presentación: El impacto de la inteligencia artificial en el ámbito legal, en la sala de Espacio Digital. Escuché las primeras reflexiones, que advertían sobre los peligros que la tecnología representa para una serie de derechos conquistados. Se habló de la necesidad urgente de debatir estos temas, de transformarlos, de impedir que lo que hoy cuestionamos se convierta en nuestro próximo yugo. Agradecieron la presencia del defensor del pueblo de la ciudad y destacaron el carácter federal del libro, tanto por su contenido como por sus autores.

Ya era hora. Caminé con rapidez, como cualquier persona de prensa, como cualquier sujeto inmerso en la urgencia de los saludos y la ansiedad de llegar a tiempo. Pise un poco más la alfombra roja manchada por miles de zapatos y zapatillas. Todo el predio estaba lleno de libros, pantallas y carteles.

En uno de los pasillos, vi a Pamela Stupia firmando su último libro, Donde las mentiras sean eternas, en una mesa pequeña con un cartel aún más pequeño que anunciaba: “Hoy firma Pamela Stupia”.

La sala Sábato también estaba colmada. Aún no habían abierto las puertas, pero la fila que la rodeaba lo decía todo. Mostré nuevamente mi credencial. El guardia de la entrada me pidió que aguardara un momento. Al poco rato apareció un señor de baja estatura, con barba, poco cabello, y una cámara con lente prominente colgada al cuello.

—¿Sos prensa? —me preguntó.
—Sí —respondí.
—Bueno, entremos —dijo, levantando la cinta negra que dividía los espacios.

Y así, estábamos adentro. Claro, esto es el periodismo —pensé—. Yo recién me doy cuenta.

En apenas cinco minutos, la sala, con capacidad para 80 personas, ya alojaba a 100. Los organizadores de la editorial discutían con los de la feria por el ingreso. En el escenario, Roberto Feletti —junto a Tomás Crespo, ambos autores— comenzó su intervención diciendo que el país corre un serio riesgo. Las élites, afirmó, están rompiendo como nunca antes con la idea de nación. La acumulación de capital y su posterior fuga al exterior están poniendo en grave peligro al país. La crisis no es fiscal —insistió—. Ya lo demostró el ajuste brutal de este gobierno, que aun así acude al FMI. Entonces, la crisis es externa. Hay que juntar dólares en el banco central, y eso, las élites no lo están permitiendo.

Salí de la sala. Volví a los pasillos, dirigiéndome hacia la salida. Salí por la avenida Sarmiento y caminé en dirección a Las Heras, para luego llegar a la calle Juncal. A la altura de República de la India, vi la luna, en los albores de su plenitud. En Juncal al 3300, me detuve en un café. Pedí un cortado y, sobre la mesa, vi la portada del diario Clarín: "Ficha Limpia: Rovira admitió que Milei le pidió votar en contra".

 



Domingo 11 de mayo.

Debate final en el cierre de la feria de libro.



Llegando justo, trabe la bici en Plaza Italia y volví a entrar por la Av. Santa Fe. La unidad de los cuerpos pasando sobre la senda peatonal me impedía el paso y la llegada a tiempo. Me escanearon el código de la credencial e ingresé. Fui directo al pabellón blanco, subí las escaleras en zancadas y me dirigí a la sala Victoria Ocampo. El debate final aún no había empezado y todavía quedaban algunos lugares libres en el fondo. La prensa, al igual que los invitados, tenía reservados los espacios del frente.

Me senté en la tercera fila. Frente a mí, tres periodistas se preparaban para redactar lo ocurrido: dos con libretas, una con un ordenador. Tres o cuatro fotógrafos disparaban flashes sobre el escenario. Los expositores, de izquierda a derecha, eran Claudia Piñeiro, Dolores Reyes, Marcelo Birmajer y Tomás Abraham. La moderación estaba a cargo de la periodista Hinde Pomeraniec. Los ejes del debate, dos: reflexionar sobre la cultura en el país de la libertad —porque la palabra censura volvió a nosotros— y discutir el valor de las palabras.

La periodista dio inicio al encuentro y cedió la palabra.

Birmajer fue el primero en tomarla. Afirmo que hoy se enfrentan dos formas de ver el mundo: la democracia liberal y el fundamentalismo que la combate. Mencionó a la república islámica de Irán y trajo a colación dos atentados sufridos en nuestro país: la AMIA y la embajada de Israel.

Dolores Reyes, que había sido señalada por sectores del gobierno nacional por su libro Cometierra, incluido en planes educativos bonaerenses, expresó que en un país donde una mujer muere cada día a manos de la violencia machista, no puede existir la libertad.

Se citaron autores censurados durante la última dictadura cívico-militar. Claudia Piñeiro retomó el eje diciendo que se habla de censura porque, simplemente, hoy existe la censura. No es previa, es indirecta. Según explico, la censura se ejerce hoy a través de la violencia, especialmente en redes sociales. Redes que, advirtió, no están tan alejadas de la realidad. Incluso, aunque las denuncias penales contra periodistas no prosperan, generan autocensura por miedo a meterse en problemas.

La sala, de grandes dimensiones, ya estaba colmada. A través de los ventanales laterales se filtraba el sol del ocaso, proyectando su reflejo sobre los arcos de La Rural. Entonces habló Tomás Abraham. Sostuvo que no hay censura en una democracia con alternancia: Decimos lo que queremos, cuando y donde queremos. No hay quema de libros, no se mata a nadie. Pero aclaró que la democracia no garantiza la libertad cuando la mafia está en el poder.

Citando la película El maldito, de Fritz Lang, habló del valor de la ciudadanía. Señaló que existe un poder cultural que define qué libros merecen reseñas y cuáles no. Se degrada, se escracha. Ese es el precio de la libertad: hablar más fuerte, incluso desde la soledad. En la dictadura se apresaba, en democracia se cancela.

La moderadora dio paso al cruce de opiniones.

Abraham se dirigió a Birmajer: Existe otro fundamentalismo muy peligroso: el fundamentalismo judío. El público aplaudió, aunque con menos entusiasmo que en las intervenciones de Reyes y Piñeiro. Luego agregó que las guerras ya no existen; ahora lo que existe es la destrucción de la humanidad, cuyo único beneficiario parece ser la industria armamentista.

Birmajer reafirmó su postura, sosteniendo que en el mundo islámico fundamentalista la desigualdad de género es abismal, mucho más que en las democracias liberales.

Piñeiro lo interpeló, pidiéndole que evitara el uso del término woke con tono despectivo, como lo había hecho minutos antes al responsabilizar a ese movimiento de que alguien como Milei esté hoy en el poder.

La escritora también cuestionó a Abraham, afirmando que sí existe censura estatal, ya que se sostiene —de una forma u otra— a grupos que atacan a quienes piensan distinto. Esta vez los aplausos fueron más contundentes. Las caras serias de los varones en el escenario eran el contraste.

Birmajer retomó, mencionando la imposición del uso del lenguaje inclusivo —la "e"— durante el Kirchnerismo. Se escucharon murmullos. Quiso explicar el término woke, pero la moderadora intervino: A las mujeres no se les explica nada, y soltó una risa. Birmajer no dijo más.

Dolores habló de El Eternauta y de German Oesterheld. Ambas escritoras contaron que reciben amenazas en redes. Dolores denunció, además, que hoy los presos por delitos de lesa humanidad son tratados como presos VIP.

La moderadora cedió la palabra a Abraham, que había permanecido en silencio un rato. Con voz alta y densa, dijo: Me parece que les encantan los Falcon verdes. Se complacen con la tragedia. Basta de ir para atrás. Vamos para adelante alguna vez. Movía mucho las manos. Basta con la historia de la memoria. Hubo un segundo de silencio. Alguien del público respondió: Sin memoria no hay futuro, y se escuchó un canto: ¡Memoria, memoria!

Birmajer insistió con el tema del lenguaje inclusivo. Los murmullos crecían. La moderadora anunció que Marcelo debía retirarse. Él agradeció la invitación, se levantó y se fue, no sin antes, ya alejado del micrófono, decir: Esto se está volviendo un show.

Abraham continuó diciendo: Victimizarse es darle un regalo al otro. Yo me enfrento al otro. No le regalo nada. Soy más digno.

Tras una intervención de Dolores sobre sus visitas a ferias del libro en el exterior, Abraham la miró y le preguntó: Dolores, ¿cómo hacés para que te inviten a tantas ferias? Yo también quisiera viajar más. El público se rió.

Piñeiro intervino. El filósofo cerró diciendo que él no habla de lo que hace, que simplemente lo hace y le importan tres carajos los aplausos.

Luego de casi hora y media se terminó el debate.

Inmediatamente sonó jazz.

Cuando bajé, me encontré con la sala J. Hernández en el pabellón rojo, donde Jorge Fernández Díaz presentaba su último libro: El secreto Marcial. La actividad ya estaba por terminar, así que pedí entrar solo para hacer unas fotos, pero el guardia de la puerta no me dejó.





En aproximadamente treinta minutos, en ese mismo lugar tendría lugar la presentación del libro Zurda, de Myriam Bregman.

Me fui a caminar por los pabellones amarillo, verde y azul. Pasé por los stands de Sudestada, la SADE y Siglo XXI. Al llegar a la sala Ernesto Sábato, vi desde afuera a Gustavo Sylvestre presentando su libro Pepe Mujica, ligero de equipaje.

Al salir, justo frente a la pista central, en un pequeño escenario al aire libre, escuché a Tamara Tenenbaum decir que quien escribe debería presentarse a concursos, porque el tiempo límite impide que uno se deshaga de una idea que no termina de convencerlo.

Ese domingo 11 de mayo estuve casi cuatro horas dentro del predio. Terminé la jornada en las gradas, mirando hacia el pabellón Martínez de Hoz. Tomaba café y escuchaba a Kevin Johansen, que se presentaba junto a Liniers. Sonaba No voy a ser yo, de Drexler. Desde allá arriba se veía el vendaval de gente que iba y venía: grandes y chicos, jóvenes y adultos mayores, camperas de jean, de cuero, sacos de corderoy. Lleno de mujeres hermosas y hombres divertidos. Me sentía cansado, pero a la vez vital.

Descendí de la tribuna volando. Me dirigí hacia la salida. Otra vez la avenida Sarmiento.

Otra vez la luna.

 





 

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