martes, 1 de julio de 2025

La abstención como síntoma de un cuerpo social a punto de morir

 


Cuando el voto se debilita, el Estado se demoniza y la desigualdad se consolida. Algo está dejando de latir.

El contractualismo nos ayuda a responder dos preguntas básicas de toda teoría moral: (1) ¿qué nos exige la moral? y (2) ¿por qué debemos obedecer ciertas reglas? La primera se responde así: la moral nos exige cumplir aquello que nos comprometimos a cumplir. Y la segunda, simplemente, indica que obedecemos ciertas reglas porque nos comprometimos a ello.

Lo interesante de este enfoque es que llevó a la Ilustración a ocupar ese gran vacío dejado por la religión en su explicación sobre la cuestión moral. La autoridad ya no se justifica mediante un mandato divino, sino mediante un mandato social: un mandato de individuos. Es decir, a los dioses los reemplazamos nosotros, con nuestra creación; una creación humana, y no no humana. Esa creación es un contrato, y ese contrato es el Estado.

Para ser más claro: el Estado nacional es un contrato que está delimitado en un territorio determinado. Aunque un contrato es algo más elevado que el Estado, y por lo tanto, lo fundamenta. Por encima del Estado está el contrato de un sistema democrático constitucional, y por encima de éste, otro contrato: el de los principios morales de la modernidad.

La vida del Estado, o de ese contrato —como se lo quiera llamar—, puede variar significativamente. El criterio fundamental de esa variación es el nivel de racionalidad de cada uno de sus participantes; racionalidad que, a su vez, está condicionada por el nivel de información relevante que posean esos integrantes. Cuanto menor es el nivel de racionalidad, menor es también el nivel de motivación.

Si el número de integrantes de ese contrato se muestra cada vez menos motivado a pertenecer a él, estamos ante una imperfección creciente del modelo de vida del Estado actual.

A modo de ejemplo, en lo que va del año, las últimas elecciones muestran cifras elocuentes: en la ciudad de Buenos Aires, la participación fue del 53,3%; en la provincia de Santa Fe, del 55%; en Chaco, del 52%; en Salta, del 59%; y en San Luis, del 60%.

Misiones, cuya novela eleccionaria estuvo atravesada por un intento de proscripción y una denuncia de fraude por falta de boletas de un partido en la localidad de Eldorado, no fue la excepción a esta tendencia nacional. Con apenas un 55,4 % de participación electoral, ni siquiera logró superar los números registrados en 2021 durante la pandemia, en una elección que también fue intermedia.

En este sentido, el fenómeno que se nos presenta es preocupante, ya que estamos a pocos votos de ni siquiera superar la mitad del padrón electoral; es decir, de no poder legitimar ni siquiera una noción mínima de democracia, al no alcanzar la mayoría de las voluntades. Una hipótesis a esgrimir es que, cuando la oferta electoral no estimula, la abstención es la consecuencia.

Los encargados de esa oferta —como un supermercado llenando la góndola con productos— son los ya inexistentes partidos políticos. Instituciones —como tantas otras— que actualmente financiamos solo para generar un desorden de ideas. Pero, al parecer, el problema no es solo la calidad de los productos en la góndola: el problema es la edificación misma del supermercado.

Estos datos muestran que estamos dejando de lado el derecho político por antonomasia, aquel que, además, fundamenta el derecho a la igualdad —una persona, un voto— y por el cual tantos y tantas han luchado y se han sacrificado.

Esto abre una pregunta fundamental: ¿los integrantes del contrato lo han abandonado porque (1) están motivados únicamente por el auto-interés y no se orientan a obtener reglas imparciales —entendiendo que cuanta mayor participación de los afectados, mayor imparcialidad en la toma de decisiones— o porque (2) no creen que ese mecanismo sea adecuado para alcanzar dichas reglas?

El sufragio ha sido presentado como el máximo logro alcanzado, bajo la idea reducida de que democracia equivale a votar. Cuando, en realidad, una democracia con sustento constitucional es todo lo que sucede entre acto y acto eleccionario.

Lo ocurrido hace unas semanas en México —la supuesta democratización del Poder Judicial a través de la elección directa de jueces— es un ejemplo claro. ¿Qué clase de democratización puede haber si no existe ninguna capacidad de control ciudadano sobre los jueces electos, ni existió previamente ningún filtro ciudadano para determinar su candidatura? Además, se trató de una reforma impulsada por un solo poder del Estado: un poder constituido que busca instigar al poder constituyente.

En cualquiera de los casos, se nos presenta un problema. Y eso debería despertarnos una sensación de alerta, de necesidad de búsqueda de soluciones. Apropiarnos de una ética kafkiana que nos exija actuar de tal manera que los ángeles siempre estén despiertos.

Cuando se trata de enfrentar un problema, lo primero que debemos hacer es identificarlo. El historiador holandés Rutger Bregman, en su libro Utopía para realistas, lo explica muy bien en un pasaje. Afirma que, si hay una institución capaz de cambiar el curso de la historia, esa es la escuela. Sin embargo, lejos de asumir ese rol transformador, los grandes debates sobre educación están centrados en el formato. Se ha convertido en un medio de adaptación y flexibilidad para la vida. El foco se pone en la didáctica, no en los ideales; en la competencia, no en los valores.

Nos capacitan para resolver problemas, pero no para pensar qué problemas vale la pena resolver. Somos meros seguidores de tendencias, cuando en realidad deberíamos ser quienes las crean. Porque es nuestra competencia —la de la sociedad— determinar qué es lo que verdaderamente tiene valor.

Eric Fromm, en su libro El miedo a la libertad, sostiene que el hombre moderno, liberado de los lazos de la sociedad preindividualista, no ha alcanzado la libertad en un sentido positivo, es decir, como desarrollo de su potencial intelectual y emocional. Si bien esa libertad le ha brindado racionalidad e independencia, también lo ha aislado, volviéndolo impotente y ansioso. Ese aislamiento le resulta insoportable, y ante esa incomodidad puede optar entre luchar por realizar su libertad positiva o renunciar a la responsabilidad que conlleva. Y cuando renuncia, lo hace siempre en favor de la sumisión, de la dependencia, del totalitarismo.

Hace unos días, el presidente Javier Milei afirmó abiertamente su crueldad hacia los gastadores, los empleados públicos y los estatistas, y acusó a la oposición de ser “parásitos mentales”. A esto se suman sus constantes embestidas contra los medios de comunicación y las universidades públicas, instituciones fundamentales de toda democracia liberal.

Un informe del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) reveló que en Argentina el 10% de la población concentra el 59% de la riqueza del país, mientras que, como contracara, el 50% de los argentinos posee apenas el 4%. Asimismo, el informe señala que Argentina encabeza el ranking de países más endeudados con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con una deuda que asciende a 63.986 millones de dólares. Le sigue Ucrania, con un compromiso de 15.000 millones; una cifra cuatro veces menor.

En nuestro país, existe una élite que ha capturado el Estado mientras habla mal de él. Es un nivel de irracionalidad alarmante, una irracionalidad que contribuye directamente a la falta de motivación para participar políticamente.

Cuantos más sean los ciudadanos sin derechos, mayor será el nivel de abstención en los actos eleccionarios. Y esto es grave, precisamente porque el problema es complejo, lo que —por lógica— nos indica que la solución también lo será. Una complejidad que se refiere a la necesidad de considerar múltiples factores, imposibilitando su comprensión en términos de simplificación o reducción.

Lo interesante, sin embargo, es que para alcanzar esa solución se requiere una mayor participación de los integrantes del contrato social.

Estamos presenciando un cuerpo social que está a punto de morir, pero que todavía no ha muerto. Y, por lo tanto, nada nuevo nace.


Al Diario: https://diarioelgobierno.ar/noticia/213-la-abstencion-como-sintoma-de-un-cuerpo-social-a-punto-de-morir

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