"Me preocupa el sur." Así comenzó mi conversación
de antes de anoche.
Tras una pausa para observar, pensé que, en unos años, gran
parte de mi vida transcurriría en una localidad del sur. Es decir, no me iría
hacia el norte. Prefiero la campera de cuero a andar en cuero.
"Tomá el tren hacia el sur, que allá te irá bien",
cantaba Spinetta. Sin embargo, hoy, según el acontecer de los hechos, no parece
ser así. Es más, ciudades altamente urbanizadas, como Buenos Aires, resultan
más seguras en lo que respecta a incendios, debido a su escasa integración con
terrenos naturales. En contraste, zonas que limitan o forman parte de
superficies naturales, como la Comarca Andina, se encuentran hoy en llamas.
¿Estamos a salvo? Es la pregunta que plantea Matías
Avramow en su artículo publicado en La Nación
¿La salvación está en las ciudades altamente urbanizadas?
Hace unos días, El Cohete a la Luna publicó un texto titulado Arde Buenos Aires,
que advierte sobre el impacto del cambio climático y el aumento de las olas de
calor: más frecuentes, más largas y más intensas. Señala que 2024 fue el año
más cálido registrado en el mundo, superando por primera vez los 1,5 °C
respecto al nivel preindustrial. En Argentina, fue el cuarto año más caluroso
desde 1961, con varias olas de calor registradas durante el verano.
En Buenos Aires, la temperatura ha aumentado casi un grado
en los últimos 30 años. ¿Las consecuencias? La privatización de superficies
verdes equivalentes a 75 Plazas de Mayo, la ocupación del borde costero con
torres que impiden el ingreso de vientos desde el río, obstaculizando la
renovación del aire y agravando el efecto isla de calor, y la destrucción de
los pulmones de manzana constituidos por los fondos de las parcelas privadas.
En Posadas, capital de Misiones, una provincia que alberga
más del 50 % de la biodiversidad del país, los termómetros superaron los 40
grados en el mediodía de los últimos días. ¿Las consecuencias? Una
pavimentación desmedida por parte del Estado, incluyendo el cerramiento de
todos los arroyos, la falta de conciencia sobre la importancia de los árboles en
la sociedad civil y la ausencia de estudios de impacto ambiental en obras
públicas y privadas. Caminar por el centro de la ciudad, en esos días, era
insensato y temerario.
La salvación tampoco está en las ciudades urbanas.
Mientras tanto, en la Patagonia argentina, el fuego devora
bosques, animales y casas. No hace mucho hablábamos de Córdoba y sus más de
90.000 hectáreas incendiadas. Al mismo tiempo, el humo de los múltiples focos
en la Amazonia llegaba a casi todas las capitales sudamericanas. Paradójicamente,
nos cuidamos de no fumar, solo para terminar respirando el mismo humo, aunque
sin consentimiento.
Según la Fundación
Ambiente y Recursos Naturales, al 11 del mes de febrero, Corrientes había
perdido 250.000 hectáreas y la Patagonia, más de 25.000. En total, una
superficie equivalente a 14 veces la ciudad de Buenos Aires. A pesar de esta
situación, las declaraciones oficiales indican que solo se desplegaron nueve
aviones, diez helicópteros y 98 brigadistas. Esto significa un promedio de una
aeronave por cada 14.473 hectáreas incendiadas y un brigadista cada 2.806
hectáreas. A todas luces, un apoyo insuficiente por parte del gobierno nacional.
La ejecución presupuestaria de los fondos para la prevención
y el manejo del fuego ha sido reactiva en lugar de preventiva. Es alarmante
que, a estas alturas, sigamos sin estrategias para abordar un problema que ya
sabemos que ocurrirá.
A esto se suma el discurso de un gobierno que niega el
cambio climático y recurre a la vieja técnica de buscar un chivo expiatorio. En
este caso, señalan a comunidades originarias como responsables de los
incendios. Es cierto que en Argentina, en el 90 % de los casos, la chispa del
incendio es provocada por el hombre, algunos con intención, la mayoría por
imprudencia. Más personas, más incendios. La ecuación es simple.
Pero el dedo señalador debe apuntar a las deficiencias
estructurales del Estado, a la falta de control y prevención, a la ejecución
deficiente del presupuesto, al discurso engañoso, a la relación entre
provincias y Nación, a los procesos de gentrificación, y a la restauración. Es decir, el dedo debe
apuntar a quienes hoy señalan.
A pesar de todo, queda la solidaridad de la gente. Como
decía Kierkegaard: "El hombre verdaderamente extraordinario es el
verdadero hombre ordinario."
El Bolsón es lago, mermelada de frambuesa y la mejor cerveza.
¿Cómo no te preocupa el sur?
Yo no me quiero salvar
solo. Yo me quiero salvar con vos.
Al link del diario: https://iky.b07.myftpupload.com/actualidad/como-no-te-preocupa-el-sur/
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