-Es un capítulo de mi novela —me dice un amigo por mensaje de texto.
Le respondo que cuando esté terminada, la traiga, que la vamos a presentar en el espacio. Que ya estamos pensando en volver. Que ya estamos construyendo la excusa. Como el árbol, como la vida, como el amor.
Vos no estás loca. Los demás están locos. Pero tu locura yace en no darte cuento de eso.
El primer
fruto del árbol. Cuando me lo regalaron no media mas de 50 cm. plantado en un
recipiente que no albergaba mas de 2 litros. El regalo fue hecho hace mas de 4
años. La advertencia: -Si este árbol toca tierra libre, no hará más que crecer.
Y así fue.
Yo lo
plante en un lugar equivocado. A pesar de tener espacio, muy cerca del techo y
la pared. Cada vez que hablo bien de ella con mi padre, este me recuerdo mi
equivocación. Entonces, lo bello se vuelve un problema.
-Tarde o
temprano lo vas a tener que cortar.
Yo digo que
lo voy a podar y mantener en forma. Que cuando me vaya a estudiar afuera, será
otra gran excusa para volver; que no hace falta que me repitan mil veces mi
error; que yo lo sé bien, y lo siento suficiente.
Hace unas
semanas, en un bar, un joven se acerca a la mesa donde estaba con mis amigos y
me pregunto si yo era el pibe. Le digo que sí, preguntándole a la vez, de por
qué su curiosidad.
Me
respondió que le habían dicho que yo era una persona inteligente. Me sonreí y
le dije que no se ande creyendo todo lo que dicen, y que, en todo caso, ser
inteligente, tal como están las cosas, no tiene ningún valor. Me pregunta si siendo
inteligente se consigue chicas. Le digo que leyendo algo de poesía puede que
sí, pero mucho más siendo docente. Aunque para ninguna de ambas se necesita ser
inteligente.
Al rato,
salí a fumar a la vereda. El mismo joven me vuelve hablar queriendo saber que
fumaba. Le respondo que tabaco armado y le ofrezco uno. -No, no fumo, solo me interesa saber. Me
contesta. Le aclaro que saber está bien, pero más importante es entender. Menos
Hessel más Spinoza es la recomendación de Sabater en su libro Política de urgencia. No sé nada de
ninguno.
Quizás vos
naciste mucho antes o yo mucho después. Al parecer, como Graham en la novela “Antes
de conocerme” de Julián Barnes, mi problema es emocional; reconocer lo absurdo
de imaginar que tu vida pasada se organizó en vistas a encontrarse con la mía[1].
No fuiste
justa conmigo al hacer lo que hiciste; desaparecer como cuan fugaz estrella. En
otra ocasión, hubiera estado bien; pero en esta, la balanza se te desequilibró.
No pude evitar enamorarme; te pido perdón, pero el descubrimiento escapa al pensamiento, de lo contrario, no se descubriría nada.
Fue el
paisaje, la falta de ropa, nuestra unión en el agua, el exceso de calor. Cuando
me acerque al escenario, ya estaba algo borracho. Sonaba una hermosa canción
llamada: De película. El sonido quedo
grabado en mi memoria.
En mi
memoria, ya sé que fui yo quien mato al sapo, quien no quiso recoger al gato;
visibilice mi dolor, no hace falta hablar de ello, tampoco de mi enamoramiento
que no es amor.
No fuiste
justa conmigo cuando me dijiste que lo que hicimos lo podías hacer con
cualquiera, de la misma manera, con la misma intensidad e intimidad, con el
mismo cuerpo, con el mismo corazón. En otra ocasión hubiera estado bien, pero
en esta, la balanza se te desequilibró.
Cuando me
preguntaste por el significado de la estrella fugaz tatuada en mi mano derecha,
te respondí que era un deseo. Jamás rayaría mi cuerpo, aunque me gusten los
cuerpos rayados. Debía de encontrar un punto medio entre eso, y entonces me
tatué algo muy pequeño, pero con un gran concepto universal: el deseo. Luego,
me pediste que leyera un libro que vos mismo me ofreciste; alagar no habla muy
bien de vos; verso a verso, párrafo a párrafo, y cuando termine, me confesaste
que te gusto que te leyera, alagar no habla muy bien de vos; solo suspire y
mire al suelo, pensando en otro momento, en otra pieza, en otro sillón, en otro
color, deseando no haber escuchado aquello, no haber leído, no haber visto mi
mano derecha, el tatuaje, la estrella, lo fugaz.
En la librería, escuché a una mujer decirle a su pequeño
hijo, que acababa de tirar un vaso de plástico al suelo:
-Bueno, hijo, tampoco te deshagas de todo lo que no quieras.
Justo yo estaba pensando en soltar, a pesar de saber que
nadie habla de los soltados.
[1] Anthony Giddens. La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Catedra
Teorema. Pag. 17.
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